lunes, 30 de noviembre de 2009

RICHARD S. PRATHER - UN BEAU CARTON

Richard S. Prather, Un beau carton, Coll. Série Noire nº 145,
Gallimard, Paris, 1952

En general, cuando una novela tiene un buen comienzo, todo debería hacer presagiar que el desarrollo de la narración irá en esa misma línea. Sin embargo, ¡cuántas veces hemos sido arrastrados por las vanas promesas de un relato bien planteado, cuya consecución y, sobre todo, cuya culminación, ha resultado por completo decepcionante! Dentro del género policial y, en particular, de la novela negra, podríamos mencionar varios ejemplos, pero en Acotaciones solemos gustar mas bien de quedarnos con aquellas narraciones enjundiosas que, muchas veces ocultas bajo la gruesa capa de polvo que el tiempo ha ido formando sobre éllas, solo esperan a que un lector sin prejuicios hacia lo añejo las saque de la incuria, poniéndolas ante la luz pública, con el secreto anhelo de ofrecerlas como presente a quienes sepan apreciarlas en lo que valen. Así, en medio de un par de tediosas excursiones por la mediocridad popular-novelesca, surgió como una perla de su maltrecha aunque nacarada concha, la extraordinaria novela Everybody had a gun (Gold Medal Books, Fawcett, New York, 1951), titulada en su versión francesa como Un beau carton y en su versión española como Todos tenían una pistola (Col. Selecciones de Biblioteca Oro, Molino, Barcelona, 1954), verdadera joya del entretenimiento económico debida a la soberbia pluma (debería decir "máquina de escribir") del recientemente fallecido escritor norteamericano Richard S. Prather.

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Bocquet fue el encargado de ilustrar la portada de la primera edición en castellano de la obra, con el título de Todos tenían una pistola, traducida por H.C. Granch para la venerable colección "Selecciones de Biblioteca Oro". Un ejemplar que vale la pena tomarse la molestia de buscar por esos sitios en los que solemos husmear todos.
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Tercera de las obras que dio a la estampa, Everybody had a Gun fue una de las que en mayor medida contribuyó a sentar las bases del éxito de Richard S. Prather, a quien se atribuye unas ventas en torno a los 40 millones de ejemplares sólo en los Estados Unidos, de los cuales 25 millones pertenecerían a las novelas consagradas al detective Shell Scott. Este antiguo marine que sirviera durante la IIª Guerra Mundial en el Pacífico Sur, se dedica ahora a batir la suela por las calles de Los Angeles al servicio de quien desee sacar provecho de sus habilidades. Su afán por no maltratar más de lo debido el código penal no le impide ir dejando tras de sí cada vez que actúa un considerable reguero de muertes. En la mejor tradición del relato de serie negra, Everybody had a Gun nos presenta unos hechos que se concatenan merced a una serie de casualidades. Casualidades que vienen a ser la guinda de los despropósitos a que conducen la violencia -más o menos gratuita-, el exceso de chicas atractivas pululando por los bajos fondos de la ciudad y el consumo inmoderado de alcohol, cualquiera que sea la calidad de éste. Todos ellos elementos -aún el menos perspicaz de nuestros seguidores lo habrá advertido ya- que constituyen la columna vertebral de toda buena narración del género. No faltan tampoco aquí las persecuciones en coche a toda velocidad, donde Shell Scott se consagra como as del volante, ya sea a bordo de su elegante Cadillac o a los mandos de un menos chic -pero acaso más ágil y potente- Plymouth. Tampoco merecen ser obviadas, por curiosas y extemporáneas, las prácticas de tiro con que determinadas señoras -alcohólicas impenitentes éllas- entretienen su ocios empuñando armas de grueso, pero que muy grueso calibre...

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Cubierta de una de las ediciones norteamericanas de Everybody had a Gun (Fawcett, Gold Medal Books). Es una lástima que la calidad en el arte de la portadas no haya acompañado a todas las ediciones -algunas, no obstante, excelentes- de las novelas del detective Shell Scott.
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No obstante, lo que distingue a Shell Scott de otros detectives del más oscuro de los géneros quizá sea su capacidad para entender la psique femenina con independencia de la edad o condición de la interfecta. El ex-marine no ha pasado, que se sepa, por escuela alguna de psicología -dígase lo que se diga, la guerra tiene poco de psicológica-. Sin embargo, sorprendentemente, es capaz de saber hasta qué extremos puede llegar -para mal, se entiende- la esposa frustrada de un gángster, o lo peligrosos que pueden llegar a ser los accesos de ira de su joven amiguita, con cuyos sentimientos se dedica a jugar en los ratos libres. Grande, verdaderamente grande, este private eye en la treintena que Richard S. Prather creara en 1950 para deleite de los apasionados del género. Primo, por su agudísima inteligencia: no he visto ningún detective de papel que -como Shell Scott- sea capaz de ingeniárselas para engañar a un mafioso mientras recibe la más soberana paliza que imaginarse pueda. Secundo, por su capacidad de resistencia: dos días en vela teniendo por única ingesta un bistec engullido a toda prisa y unos cuantos tragos de whisky nunca dieron para tanto. Tertio y último, por su indudable saber estar: siempre encuentra el chiste, el mamporro, o el disparo adecuados para cada ocasión. Todo ello gracias al fluido estilo y estudiado ritmo narrativo de Richard S. Prather. Un maestro del género que se resiste -y, créanme, hace muy bien- a coger polvo en los anaqueles de las más negras bibliotecas.

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Richard S. Prather nació en Santa Ana, California, en septiembre de 1921 y dejó este valle de lágrimas en su casa de Sedona, Arizona, en febrero de 2007. Su obra es inmensa, y se prolongó a lo largo de su longeva existencia en forma de magníficas novelas de tema criminal y de misterio. Su más célebre creación es el detective Shell Scott, afincado en Los Angeles, donde se desarrollan la mayor parte de sus aventuras. Ha vendido millones de ejemplares de sus relatos en todo el mundo, dejando su particular impronta en un género que le consagró como uno de los escritores populares más vendidos del siglo XX.

martes, 17 de noviembre de 2009

TERRY STEWART - LA SOUPE À LA GRIMACE

Terry Stewart, La soupe à la grimace, Coll. Série Noire nº 152, Gallimard, Paris, 1953

¿Terry Stewart? Suena demasiado anglosajón. Lo cierto es que el autor francés Serge Arcouët no se rompió demasiado la cabeza a la hora de elegir un seudónimo para escribir novelas. Sin embargo, consiguió lo que quería: escribir relatos de lo más hard boiled, siguiendo la estela de los grandes autores norteamericanos. Y no crean que sólo emuló con enorme dignidad a Chandler o McCoy, sino que sus dotes narrativas le permitieron escribir relatos como La soupe à la grimace (permítanme que me atreva a trasladar a nuestro idioma este hermoso giro de la lengua de Corneille como Mal ambiente) cuya atmósfera insana y agobiante envuelve a unos personajes que terminan por adoptar comportamientos demenciales. Personajes que no paran un sólo instante de trasudar en este innominado rincón semiselvático de los Estados Unidos, fronterizo con el vecino México, que acoge a desechos de tienta de ambos sexos en la no demasiado grata tarea de horadar las entrañas de la tierra en busca de uranio. En medio de este escenario, un ingeniero con pocos escrúpulos se empeña en ahondar en el sinsentido de su vida con la ayuda de seductoras hembras de belleza animal que se disputan sus favores.

Cartel de la versión cinematográfica de La soupe à la grimace, dirigida por Jean Sacha, con Georges Marchal y Maria Mauban en los papeles de Frank Keany y Moïra Worden. Él, de profesión dur à cuire, amante ocasional e ingeniero de minas en sus ratos libres. Élla, mujer dispuesta a destrozarle la vida al hombre que ha elegido por víctima, ...como toda femme fatale que se precie.

Pero no acaba aquí el elenco de tipos marginales. Es poco frecuente encontrar una novela que reúna a tan selecto grupo de escoria humana. Un doctor consagrado día y noche a trasegar absenta que termina obsesionado por hendir el escalpelo en todo bicho viviente que se le ponga por delante, un viejo minero enloquecido por la sed de oro con más que evidentes instintos asesinos, un grupo de trabajadores nativos que se embriaga hasta abandonarse en un orgiástico finale... Para acabarlo de arreglar, el cólera se extiende por el campo minero, convirtiendo a sus pobladores en auténticos zombis de grisáceo rostro que van dejando allá donde van la marca de la ominosa epidemia.

Fotograma de la película, en la que los protagonistas se muestran en actitud más que prudente. Prepárense para todo lo contrario si abren las paginas de la novela.

La soupe à la grimace fue prontamente llevada al cine (1954), de la mano de Jean Sacha, con Georges Marchal y Maria Mauban en los papeles protagonistas. No he tenido la oportunidad hasta ahora de ver este filme, que ardo en deseos de tener en mi pantalla. Con que la película sea capaz de reflejar, como intuyo, tan sólo una mínima parte de lo que se cuenta en la novela, me daría por satisfecho. Sobre todo porque me subyuga su atmósfera asfixiante, el peligroso contacto con la pechblenda extraída de la mina, las miasmas que vuelven pestífero el aire que se respira, la no menos mefítica atmósfera moral que envuelve a unos personajes dispuestos a revolverse inútilmente frente al destino con la misma ciega ira con que lo harían unas inmundas sabandijas retorciéndose en el fondo de un pozo negro.

Nunca había topado con un relato criminal, temprano como es éste, con tan acusado perfil gore. Aquí se mata, se muere y se entierra sin sutileza alguna. La soupe à la grimace hará sin duda las delicias de los aficionados al mestizo cruce de géneros. Una mezcla de puro noir y horror explícito, salpimentada con su tanto de excitante erotismo salvaje.


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Serge Arcouët (alias Terry Stewart, alias Serge Laforest) nació en Nantes, como Julio Verne, en 1916 y murió en 1983 en su bella ciudad natal. Le cabe el honor de haber sido el primer escritor francés en figurar dentro de la lista de autores de la colección "Série Noire" de Gallimard, con la publicación de su novela La mort et l'ange (nº 18). No me consta que ninguna de sus obras haya sido traducida al español. Una verdadera lástima.

domingo, 15 de noviembre de 2009

LAWRENCE BLOCK - THE GIRL WITH THE LONG GREEN HEART

Lawrence Block, The Girl with the Long Green Heart, "Hard Case Crime" nº 14, Dorchester Publishing / Winterfall LLC, New York, 2005. Cubierta original de Robert McGinnis

El género criminal está poblado de relatos que abordan el delito desde perspectivas tan diferentes como atractivas para el lector. En una entrada anterior comentábamos una de las narraciones de Cain consagrada a la estafa vista desde el ángulo del fraude bancario. En la entrada de hoy, la protagonista es también la estafa, pero esta vez en una de sus variantes más ingeniosas, denominada con en el mundo anglosajón (abreviatura de de confidence trick), en virtud de la cual uno de los estafadores es el encargado de ganarse la confianza de la víctima, generalmente atraída por la verosimilitud de los argumentos que el hábil delincuente le expone y, por supuesto, movida por la codicia, persuadida de estar aprovechándose de una situación ventajosa y animada por la hecho de considerarse más lista que las propias personas que tratan de estafarle.

Cubierta de la primera edición francesa de The Girl with the Long Green Heart, traducida como Arnaque à l'hectare (Estafa por hectáreas), Coll. "Série Noire" nº 1099, Gallimard, Paris, 1967

El escritor norteamericano Lawrence Block nos presenta en The Girl with the Long Green Heart, recientemente reeditado en la colección "Hard Case Crime", aunque por desgracia todavía inédito en castellano, a un estafador recién salido de la cárcel que recibe la visita de otro profesional para proponerle un buen negocio. El riesgo de volver a la cárcel pesa demasiado en el protagonista quien, ante la perspectiva de ganar el dinero suficiente para retirarse, vence su renuencia inicial a retornar al crimen y se embarca en el proyecto. La operación es larga y difícil, pues se trata de estafar a alguien que ya ha sido previamente estafado, alimentando astutamente sus ansias de obtener una revancha que le permita recuperar con creces el dinero y, por encima de todo, la dignidad perdida. Para ello cuentan con la cooperación necesaria de una mujer, la secretaria del primo, de la que terminará enamorándose nuestro
estafador, con las desastrosas consecuencias que suele tener mezclar el trabajo con el placer. Aunque la descripción meticulosa de los preparativos de la estafa puede resultar algo tediosa, la novela resulta, en conjunto, entretenida.

Cubierta de la primera edición de The Girl with the Long Green Heart, en la colección "Gold Medal Books", Fawcett Publications, Greenwich (Ct), 1965

Relativamente previsible en alguno de sus aspectos, la intriga se mantiene a lo largo del relato en un grado más que acptable. He apreciado de manera particular el gusto de Block a la hora de elegir los principales escenarios en que se desarrolla la acción, una pequeña ciudad de provincias (Olean, en el Estado de Nueva York) y Toronto (Canadá). La ambientación es perfecta, algo muy importante, especialmente a la hora de hacer creíble una combinación de este tipo, y los personajes están tratados con la maestría y el estilo personal de Block. No falta ningún ingrediente para conformar un cuadro de moderna novela negra, ciertamente mas bien situada en la escala de los grises: una mujer peligrosamente atractiva, un delincuente que sueña con dejar de serlo y un hombre a quien su orgullo y desmedida codicia le convierten en víctima propicia. Eso sí, no se moleste el lector en buscar aqui al detective, pues no lo encontrará por ninguna parte. El propio estafador es quien se encarga de narrarnos en primera persona cuánto sucede. Magnífica lectura, en definitiva, para aficionados en busca de alternativas a los terrenos más trillados del género, que además deseen salir del primer circuito de autores populares. Esta novela de Lawrence Block nos ha dejado con ganas de visitar otras de sus creaciones.


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El escritor Lawrence Block

Lawrence Block es un escritor norteamericano nacido en 1938. Sus creaciones de mayor fama son el detective privado Matt Scudder y el ladrón Bernie Rhodenbarr. "Hard Case Crime" es un colección fundada en 2004 por iniciativa de Dorchester Publishing y Winterfall LLC, que recrea a la perfección los pulp paperbacks de asunto criminal de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Junto a reediciones de títulos aparecidos por primera vez hace muchos años, con obras de figuras indiscutibles del pulp como Cornell Woolrich, Erle Stanley Gardner o Mickey Spillane, aparecen también nuevos relatos de autores contemporáneos como Richard Aleas, Donald E. Westlake o el propio Lawrence Block. Colección casi única en su género, Hard Case Crime abre un espacio a los nostálgicos y ofrece a las nuevas generaciones de lectores a oportunidad de vivir sensaciones distintas a las que le ofrece la industria editorial convencional. ¡Quién pudiera ver algo así en nuestro país!


El número 63 de "Hard Case Crime", que aparecerá en diciembre de 2009, contiene nada más y nada menos que la novela de Sir Arthur Conan Doyle, El valle del terror, un clásico de las ediciones populares, cuya próxima publicación pone de manifiesto aún más si cabe la intención retrospectiva de esta excelente colección. La cubierta es obra del ilustrador Glen Orbik.

lunes, 9 de noviembre de 2009

JAMES M. CAIN - EL CARTERO LLAMA DOS VECES / EL ESTAFADOR

James M. Cain, El cartero llama dos veces / El estafador, Col. "Club del Misterio" nº 9, Bruguera, Barcelona, 1981 (trad. Manuel Barberá)

Al igual que el inexistente cartero de la novela, en el transcurso de unos pocos días, vengo yo a llamar por segunda vez a la puerta del escritor norteamericano James M. Cain. Esta vez lo hago con un fuerte aldabonazo, o apretando el timbre hasta hundirlo si lo prefieren, en forma de entrada sobre la que es, por muchas razones, su obra de referencia. En efecto, El cartero (siempre) llama dos veces (The Postman Always Ring Twice, Alfred A. Knopf, New York, 1934) destacó desde su publicación por levantar una gran polvareda en los medios literarios y entre los propios lectores. Situémosla en el tiempo. Los Estados Unidos comienzan tímidamente a levantar cabeza tras la Gran Depresión. Para muchos norteamericanos las palabras New Deal, acuñadas por la administración Roosevelt, apenas significaban nada. El paro, el analfabetismo y la marginalidad eran algo más que fantasmas campando por sus respetos sobre la depauperada geografía estadounidense de principios de los años treinta. Ambas estaban profundamente enquistadas en la sociedad y constituían un caldo de cultivo excelente para la violencia y el crimen, ya fuera en forma de explosión de las actividades ilícitas de bandas organizadas o de proliferación de vagabundos y malhechores de toda laya que, tal y como nos los ha pintado el cine, acostumbraban a caminar sin rumbo, subiéndose en marcha a los trenes de carga o montándose en la parte trasera de una destartalada camioneta.

Camisa de la primera edición de The Postman Always Rings Twice (Alfred A. Knopf, New York, 1934). El éxito de la novela fue inmediato aunque hubo que esperar hasta 1946 para que Hollywood se decidiera a llevarla al cine

A este último grupo pertenece Frank Chambers, protagonista principal de la novela de Cain. Este vago redomado recalará en el restaurante que Nick Papadakis, "El Griego", regenta a las afueras de Los Angeles con la ayuda de su atractiva esposa Cora. Allí trabará relación con ambos, con las consecuencias que quienes ya tuvieron la suerte de leer la novela conocen y que, para no arruinar el solaz de los que todavía no lo hicieron, no descubriremos aquí.

En el plano conceptual -no toda obra maestra debe ofrecer perspectivas desde ese ángulo, pero El cartero llama dos veces lo hace-, el relato puede resultar paradójico, pues tiene bastante de juego con lo accidental, con lo contingente, con lo fortuito y, al mismo tiempo, tiene mucho de reflexión involuntaria sobre la doctrina de la predestinación. Las cosas se complican para Frank y Cora porque suceden hechos imprevistos (por ejemplo, que un gato se electrocute), pero de la misma manera podría decirse que el futuro de Frank y Cora va ensombreciéndose a medida que los propios personajes toman decisiones aparentemente acertadas dentro de su confusa, pasional y errática concepción de la existencia, que sin embargo se mostrarán completamente equivocadas desde la racionalidad de aquel mundo cruel en que vivían.

Tay Garnett se encargó de dirigir a Lana Turner y a John Garfield en la primera versión cinematográfica de El cartero siempre llama dos veces. En otro lugar de este blog pueden ver el fotograma en que Frank (John Garfield) le arrea con una llave inglesa un golpe mortal a Nick (Cecil Kellaway)

Desde el punto de vista literario, mucho se ha dicho, bueno y malo, de esta obra. Fuertemente condicionada por el éxito de sus adaptaciones al cine, la crítica reciente ha tendido a sacralizarla. Quizá no sea para tanto. Sin embargo, desde mi punto de vista, nadie le puede negar que presenta, al menos, dos raras virtudes. La primera de ellas radica en que el autor logra obtener un máximo rendimiento estético y formal con una economía de medios poco común, raramente advertida, incluso, en los mejores ejemplos del género. La segunda, y a mi jucio la más importante, El Cartero llama dos veces consigue demostrar que la literatura popular puede colocarse en un plano de igualdad con otras literaturas, pretendidamente más selectas, al innovar en dos terrenos, el narrativo y el argumental, sin por ello dejar de cumplir con requisitos propios de la literatura de masas, tales como la rapidez en el planteamiento y desarrollo de la acción, lo sumario de las descripciones o la confección de retratos morales a partir de gestos y actitudes que podrían habitualmente pasar inadvertidos.

Las adaptaciones de la novela no se han limitado, como pueden ver, al cine. En 1985, Florenci Clavé realizó para Glénat esta versión de la obra de James M. Cain. En la portada, se dejan ver las influencias de la célebre escena protagonizada por Jessica Lange y Jack Nicholson en la versión de 1981, dirigida por Bob Rafelson

De su influencia en la génesis del estilo que se ha dado en llamar hard boiled, por lo explícito de algunas escenas de sexo y violencia, no voy a hablar aquí, pues casi todo está dicho y escrito. Tan sólo quisiera destacar, como ya hice en una entrada precedente, que el propio Cain renunció de manera expresa a constituirse en fundador de dicho credo. Pienso que, sabedor de la importancia de su obra, quiso a toda costa evitar -es cierto que sin mucho éxito- que ésta se convirtiera en modelo de preceptiva, con el fin de no restarle mérito a su intrínseca originalidad. En suma, no descubro nada si digo que estamos ante una novela de las que merecen ser leídas no una sino varias veces a lo largo de la vida.

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Cubierta de un ejemplar de The Embezzler
("Avon Murder Mistery Monthly" nº 20, 1940

Bruguera, en nuestra querida y completísima colección tardopulp "Club del Misterio" realizó en esta ocasión un coupling con el relato El Estafador (The Embezzler), que fuera publicado por entregas en Liberty (1938) bajo el título Money and the Woman, para acompañar posteriormente (1943) a Double Indemnity en su edición bajo formato de libro. Money and the Woman fue llevada al cine en 1940 por William K. Howard, con Jeffrey Lynn y Brenda Marshall. En El Estafador el vicepresidente de un banco se presta a los enrevesados manejos de una de las empleadas de la sucursal que se halla inspeccionando, con el fin de restituir fraudulentamente el dinero estafado durante años por su marido a los sufridos impositores. Nuevamente, los amores peligrosos son el desencadenante en este relato breve de Cain, testimonio fiel de las flaquezas humanas rebosante de realismo. La cubierta del número 9 de "Club del Misterio" estuvo a cargo de Isidre Monés y las ilustraciones interiores las firma nada menos que Carlos Freixas. Puede encontrarse una breve reseña biográfica de James M. Cain en la entrada que dedicamos a su obra Al final del arco iris.

Cubierta de un ejemplar del magazine Liberty, correspondiente al año 1938, en que fue publicado por entregas el relato de Cain Money and the Woman (cortesía de Nostalgiaville).

MARGARET MILLAR - SÓLO MONSTRUOS

Margaret Millar, Sólo Monstruos, Col. "El Séptimo Círculo" nº 236, Compañía Impresora Argentina (Emecé), Buenos Aires, 1971 (trad. de Marta Isabel Gustavino)

La lectura de un libro es, con frecuencia, producto de un hecho fortuito. Uno echa un vistazo a los anaqueles de la biblioteca en busca del tipo de narración que la situación requiere y, si tiene suerte, la encuentra. La novela policíaca y de misterio suele ser la preferida de quienes van a acostarse y no piensan madrugar mucho, pues recorren sus páginas con el íntimo anhelo de que la intriga les transporte con ligereza lo más lejos posible. Tal sucedió la velada en que discretamente alojados en una de las andanas más próximas al suelo aparecieron unos ejemplares de la venerable y venerada colección argentina "El Séptimo Círculo", creada a mediados de los cuarenta del siglo pasado por Jorge Luis Borges y Alfredo Bioy Casares.

Cubierta de un ejemplar de la primera edición de Beyond this Point are Monsters (1970). Destaca el aire pop de la ilustración, muy propio de la época, evocador de ideas y escenarios que poco tienen que ver sin embargo con los recogidos en la narración

Así fue como terminé enfrascado en la lectura de Sólo monstruos (Beyond this Point are Monsters, Random House, New York, 1970), que más tarde fuera reimpresa en castellano bajo el título de Más allá hay monstruos (Col. "Club del Misterio" nº 34, Bruguera, Barcelona, 1981), una novela que, desde el principio, atrajo mi atención por el entorno en que se desarrolla el comienzo de la acción. Los empleados del rancho Yerba Buena, situado al sur de California, en las proximidades de la frontera mexicana, buscan afanosamente al desaparecido propietario del mismo en el fondo de una de las balsas de riego. A medida que se avanza en la lectura, ahondar en las complejas relaciones personales de los protagonistas resulta apasionante. Una mujer desubicada en ese remoto rincón de los Estados Unidos, un esposo insatisfecho que vive condicionado por el recuerdo de su padre fallecido en accidente y por la presencia autoritaria de su madre, configuran, junto a la familia mexicana que vive en el rancho y los temporeros que atraviesan clandestinamente la frontera, un brillante cuadro objetivo de la sociedad rural del sur de California a finales de los años sesenta.

El número 34 de la colección "Club del Misterio" reprodujo en su integridad la edición de "El Séptimo Círculo", con la sóla excepción del título, que aquí es traducido como Más allá hay monstruos

Se ha dicho que los relatos de Millar abordan con finura la psicología femenina. Nada más cierto. En Sólo monstruos vemos a una mujer frustrada en el plano moral y sexual que compite su suegra en la conquista del ascendente sobre un marido que se ve obligado a nadar entre dos aguas. De una parte, agobiado por la responsabilidad de gestionar la herencia de su malogrado padre bajo la mirada atenta de su madre. De otra, consciente de la necesidad de atender a la mujer con la que ha contraído precipitadamente matrimonio y a la que ha transportado súbitamente de un mundo cosmopolita a un entorno rural. En medio de todo ello, su extraña desaparición, de la que su mujer es principal sospechosa. A esta penetración psicológica de la autora se une una incuestionable habilidad narrativa que convierte la lectura de la novela en un placentero ejercicio de evasión. Una lectura que invita a continuar explorando los mundos novelados de Margaret Millar.

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Nacida en 1915 en Kitchener, Ontario (Canadá) y muerta en su casa de Santa Bárbara, California (Estados Unidos) en 1994 [obituario en el New York Times], Margaret Millar fue la esposa del también escritor Kenneth Millar, más conocido por su seudónimo, Ross Macdonald. A lo largo de su vida escribió una treintena de novelas, entre las que se cuenta la celebrada Iron Gates (1ª ed. en castellano Las rejas de hierro, Col. "El Séptimo Círculo" nº 105, Emecé, Buenos Aires, 1953).

© Acotaciones, 2009


Margaret Millar
(Cortesía de la New York Public Library Digital Gallery)

viernes, 6 de noviembre de 2009

JAMES M. CAIN - AL FINAL DEL ARCO IRIS

James (M.) Cain - Al final del arco iris, Col. Esfinge nº 42, Noguer, Barcelona, 1976 (Traducción del inglés de Enrique de Obregón)

Cuando un autor se hace archifamoso por una de sus novelas, el resto siempre ha de parecer obra menor. Esto ocurre con James M. Cain, célebre por haber sido el autor de The Postman Always Rings Twice (El cartero llama dos veces, Emecé, Buenos Aires, 1945, Col. "El Séptimo Círculo" nº 11), publicada en Nueva York por Alfred A. Knopf en 1934 y llevada al cine en varias adaptaciones, pero sobre todo conocida por el gran público a través de la versión de 1946, dirigida por Tay Garnett, con Lana Turner y John Garfield en los papeles principales, y la versión de 1981 de Bob Rafaelson, con Jessica Lange y Jack Nicholson como protagonistas. Pero, como saben bien nuestros seguidores, a nosotros nos gusta hablar de todo lo que suene, despectivamente o no, a obra menor.

Los entendidos están en que si se puede o no se puede considerarse a James M. Cain como miembro de la escuela hard-boiled (el propio autor declinó pertenecer a cualquier obediencia literaria) y los que, como yo, lo somos menos no sabríamos pronunciarnos al respecto. En último extremo, esto nos trae al fresco. Lo que podemos apreciar y apreciamos en su obra es un sesgo particular, propio e inalienable a considerar las cosas desde un punto de vista freudiano, buceando de forma más directa que tangencial en las pulsiones sexuales de sus protagonistas.

Cubierta de un ejemplar de la primera edición de Rainbow's End, en la línea del más puro diseño pop de los primeros setenta. Un intento tardío y no excesivamente afortunado de James M. Cain por congraciarse con sus antiguos lectores

En la novela que hoy presentamos, Al final del arco iris (Rainbow's End, Mason/Charter, New York, 1975), esta tendencia aparece de manera evidente desde el principio reflejada en los comportamientos de una familia de montañeses de Ohio enraizada en las tradiciones familiares que les son características, entre éllas, las relaciones incestuosas. El deseo de la madre (que, como el lector más adelante descubrirá, no es tal, sino tía) por su hijo, protagonista del relato, refleja de manera extraordinaria hasta qué punto los personajes de Cain responden a arquetipos freudianos. Completando este elenco edípico aparecen otras dos figuras femeninas. De un lado, la joven azafata secuestrada por el criminal que desencadena la acción de la novela, mediante la que el autor trata de disipar cualquier atisbo de duda sobre la capacidad del protagonista a la hora de resolver su latente complejo frente a la sociedad. De otro lado, su verdadera madre, figura autoritaria y resolutiva que, para terminar de componer el cuadro, añade la pizca de sadomasoquismo necesaria en todo buen recorrido por los tortuosos vericuetos del psicoanálisis.

Cubierta desplegada de la edición de Noguer. Nuevamente el ilustrador nos es desconocido

Completa el cast de personajes de la escuela vienesa un padre, cuya identidad desconoce el protagonista, que en este caso no es odiado por el hijo, pues no sabe cuándo ni cómo poseyó a su verdadera madre, sino que es idealizado como contrafigura del que fuera padre adoptivo, un tejano simplicísimo y banal, que se manifiesta en el relato a través de la casa-rancho que construyera veinte años atrás para albergar a su familia. Como pueden ver, todo un tesoro de experiencias para el aficionado al psicoanálisis.

En el plano literario, Al final del arco iris presenta afinidades, por la linealidad y la concreción argumental de la trama con obras de autores coetáneos, tales como ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy. El estilo es directo, pero no descarnado, quizá debido al hecho de que esta novela fue escrita en 1975 (una de las últimas publicada en vida del escritor) cuando el género había sufrido ya considerables transformaciones. La traducción, más que aceptable, permite advertir la pericia de Cain a a la hora de construir los diálogos. Dentro del capítulo de las objeciones, cabe señalar, no obstante, una cierta querencia a excederse en la descripción topográfica y a alimentar una relativa confusión, derivada del uso indiscriminado de la cinemática.

Fotograma de The Postman Always Rings Twice (1946), en la espléndida versión de Tay Garnett, con Lana Tuner y John Garfield

En efecto, los personajes no paran de ir de aquí para allá, terminando por provocar una sensación de desorientación en el lector. Finalmente, un último reproche. Sin saber muy bien porqué, la novela se muestra un tanto plana en sus colores. El paisaje, el ambiente y los personajes, no terminan de formar un todo armonioso. Hay algo que falla, pues a diferencia de los grandes relatos del género, en que la atmósfera envuelve de tal manera al lector hasta el punto de que muchos detalles pasan inadvertidos, diríase que esta obra otoñal de James M. Cain flota por momentos en el vacío.

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James M(alham) Cain nació en Annapolis en 1892 y murió en University Park en 1977. Ejerció de periodista y publicó sus obras de mayor éxito a mediados del siglo pasado. Además de El cartero llama dos veces, Cain obtuvo en 1941 un gran éxito de crítica con Mildred Pierce (traducción española, El suplicio de una madre, Emecé, Buenos Aires, 1946, Col. "La Puerta de Marfil" nº 6) y en 1945 con Double Indemnity (traducción española, Pacto de sangre, Emecé, Buenos Aires, 1945, Col. "El Séptimo Círculo" nº 5) que había sido publicada previamente en 1943 bajo el título de Three of a Kind. Ambas fueron llevadas con éxito también al cine.

Sería de un altísimo interés conocer la opinión de algún seguidor de Acotaciones que desde tierras australes nos pueda ilustrar sobre la obra de Cain en las dos venerables colecciones creadas por Borges y Bioy Casares.

© Acotaciones, 2009

lunes, 2 de noviembre de 2009

BREVES: HOUELLEBECQ, ROLIN, BEIGBEDER, FARGUES

Michel Houellebecq, Extension du domaine de la lutte, Éditions J'ai Lu, Paris, 1997 (nº4576)

Las controvertidas opiniones de Houellebecq sobre la sociedad occidental contemporánea no han penetrado excesivamente en nuestro país. Seguimos viviendo, me parece a mí, de espaldas a la cultura francesa, una cultura que no pasa, ciertamente, por sus mejores momentos, pero que destaca lo suficiente respecto de la mediocridad del resto como para que le sea prestada mayor atención. Al margen del valor intrínseco que tiene el sostener posturas difíciles, por lo escasamente conniventes con la inteligencia oficial, la disposición tardía a la literatura de Houellebecq le hace merecedor de una cierta consideración. Es el paso del tiempo, unido a una indudable honestidad intelectual, lo que permite al autor desvincularse de las machaconas consignas y las falsedades apriorísticas que sofocan el panorama creativo actual, generando un vivificante malestar entre sus contemporáneos. Houellebecq es un inesperado best seller que no se casa con nadie, o con muy pocos. El personaje de Extensión du domaine de la lutte está hecho trizas, es una mierda y es consciente de ello. Houellebecq termina de dar la puntilla a la falacia existencialista, tritura lo que queda del estructuralismo y se embarca en una crítica incondicional del modelo neocapitalista liberal que no le conduce a otro resultado que el de constatar la existencia de un sólo principio al que el individuo puede asirse con cierta seguridad, la afirmación de su propia individualidad. Teoría en extremo característica de civilizaciones en abierta decadencia. Por ello y por mucho más, no se puede pasar por alto este libro.


Michel Houellebecq, Plateforme, Éditions J'ai Lu, Paris, 2002 (nº 6404)

En esta sociedad actual, donde hasta el más pelado se puede permitir unas vacaciones (por llamarlas de alguna manera) en un "todo incluído" al otro extremo del mundo, vivir para ganar dinero y gastar dinero para vivir es la principal consigna. La clase media de los países occidentales rebosa de neurasténicos más o menos chiflados que acuden cotidianamente por miles a Thailandia y otros destinos parecidos en busca de no se sabe muy bien qué. Es decir, huyen de su lamentable presente para intentar redimirse al calor de playas exóticas, de dudosos cócteles especiados y de más que previsibles placeres nocturnos, con el fin de tratar vanamente de deshacer sus complejos o de ahuyentar sus demonios familiares. Houellebecq fue quizá el primer escritor en dar en el clavo, abordando con considerable éxito de ventas estos asuntos. Es una verdadera lástima que en Plateforme, su nivel estilístico no corra parejo con su originalidad.


Jean Rolin, Terminal Frigo, Gallimard, Paris, 2007 (Folio nº 4546)

Relato de viajes en clave documental en el que autor nos muestra lo que queda de los grandes astilleros y puertos comerciales franceses tras la reconversión y el abandono de muchos de ellos. Una crónica amarga llena de paisajes y escenarios más que aptos para el desarrollo de una buena novela policíaca. Pueden pasarse unas horas junto a él si no se dispone de mejor compañía.







Frédéric Beigbeder, 99 francs, Gallimard, Paris, 2007 (Folio nº 4062)

Novela que diera fama a uno de los autores contemporáneos en lengua francesa más leídos. Desprovisto de la huella psicoanalítica de Houellebcq, Beigbeder aborda con crudeza, como éste, el tema del éxito (y con mayor intensidad aún, del fracaso) personal y profesional en la sociedad contemporánea, desde la perspectiva de un ejecutivo del mundo de la publicidad. Estilo directo y descarnado, lleno de referencias explícitas a las miserias físicas y morales del ser humano, característico de la narrativa francesa de principios del siglo XXI. Ha de leerse si se quiere conocer hasta qué punto la literatura contemporánea se encuentra huérfana de escritores que sean capaces de marcarle un rumbo.


Nicolas Fargues, Rade Terminus, Gallimard, Paris, 2005 (Folio, nº 4310)

No se dejen engañar por el entorno exótico en que esta novela está ambientada. La isla de Diego Suárez, en Madagascar, no es sólo un astroso rincón del océano índico en el que se dejan caer unos pocos aventureros, cooperantes y profesores de la Alianza Francesa, más o menos desubicados, incapaces o hartos de llevar una vida ordenada en la neocapitalista Francia metropolitana. Diego Suárez es un trasunto de la Thailandia a lo Club Med tratada por Houellebecq en Plataforme, un lugar donde uno apenas sabe cómo llega y no tiene la menor idea de cómo puede terminar saliendo.


[Las obras de Michel Houellebecq han sido publicadas en castellano por Anagrama. Esta misma editorial ha sacado a la venta la edición española de la obra 99 Francs de Frédéric Beigbeder, con el título de 13,99 Euros, siguiendo las últimas ediciones de Gallimard.]