¡NUEVO! BIBLIOTECA ORO ROJA nº 27, COLECCIÓN MOLINO (I) nos. 19 y 23, MAUCCI VIAJES Y AVENTURAS nº 6

MÚSICA Y NOSTALGIA

En el último "post" (¿porqué no utilizar la palabra castellana "aviso" para buscarle un nuevo empleo?) se hablaba de fumadores y pipas, y no de libros como en los anteriores. La gente suele asociar al fumador de pipa con una persona tranquila, amante de su casa, que pasa las tardes sentado en su sillón dando pitadas a su humeante artefacto, mientras sostiene en sus manos su libro favorito. Esta imagen de persona sosegada y reflexiva casa perfectamente con una luz indirecta y un poco de música en el ambiente: es la imagen del relax total. He de decir que me encuentro bastante lejos de ese estereotipo, como les ocurre a otros tantos fumadores de pipa. No suelo fumar cuando leo, o no suelo leer cuando fumo, tanto da. En pocas ocasiones escucho música mientras leo. Algunas veces fumo mientras escucho música y... no recuerdo que haya sido jamás capaz de hacer las tres cosas juntas. ¡Pienso que me hubiera vuelto loco!

Esta tediosa introducción tiene por único objeto justificar el hecho de que "Acotaciones" incluya a partir de hoy avisos sobre música y músicos. El de hoy trata el asunto desde un ángulo poco original, he de reconocerlo: la música y la nostalgia. ¿Quién puede permitirse avanzar en la cuarentena sin echar de vez en cuando la mirada atrás? La música es una referencia inevitable para alguien que nació a mediados de los sesenta, vivió su infancia en los setenta y en los ochenta pasó sus años de juventud. La música fue todo o casi todo para la mayoría de los jóvenes de esas tres décadas, por otra parte tan fructíferas en el terreno musical.

Mis primeros recuerdos musicales se asocian a las canciones populares que se escuchaban por la radio: "Yellow submarine" (The Beatles), "Eva María" (Fórmula V) o "Dilaila" (Tom Jones), entre otras, me resultan aún familiares, treinta y tantos años después. El primer disco que creo haber tenido en mis manos fue un sencillo de Carmen Sevilla con "La luna y el toro" en su cara "B". Estaba editado por Philips, lo recuerdo bien, puesto que se trataba de un disco promocional en el que la cantante folclórica prestaba su imagen a la compañía holandesa. Entre otros, recuerdo asimismo un disco del Dúo Dinámico que había pertenecido a una de mis tías. Las canciones se me escapan, solo estoy seguro de que contenía cuatro porque fue algo que llamó mi atención, ya que hasta entonces sólo había visto sencillos. Me viene a la memoria también un disco de Miguel Ríos con el "Himno a la alegría", fabricado con un plástico blandísimo, que creo recordar venía como obsequio en un "tambor" de detergente "Colón" (en el que los de mi época guardábamos los juguetes). Ahora el detergente no se envasa en "tambores" y no tengo ni idea de lo que regalarán los fabricantes pero... ¡qué tiempos los de "Colón", hasta Alaska y los Pegamoides le dedicarían un tema de aquel fantástico disco!

Por aquellas fechas, alguien me regalo por mi santo o por Navidad una cinta que escuché infinidad de veces y que todavía conservo: "With the Beatles". No entendía lo que querían decir esos cuatro chicos en sus canciones, pero disfrutaba muchísimo con los sones de "All my loving" o "Please Mr. Postman". Luego escuché todos sus discos hasta la extenuación, la del microsurco y la del oyente, y hace muchos años que no los he vuelto a poner.

Hasta el año 1979 u 1980 no dispuse de un buen aparato de música, así que me tenía que conformar con escuchar los pocos discos que tenía en un "pick-up" de los sesenta con las agujas machacadas. Las cintas, las escuchaba en un pequeño, pero solidísimo, "casette" monofónico, muchas de ellas grabadas de otras originales. Entonces no se consideraba piratería el hecho de intercambiar música y hoy, pienso yo, tampoco debería serlo (¿Es que no se prestan los libros?, ¿Porqué hay bibliotecas?). El asunto es que entonces, a diferencia de ahora, uno intercambiaba los discos o las cintas con los amigos, y muchas veces las escuchaba con ellos. Hoy los jóvenes intercambian música con personas sin rostro. Además, lo hacen masivamente, de manera que, apenas empiezan a disfrutar de un disco (debería decir, de una "descarga") ya están con otro, y con otro... A pesar de tener toda la música a su alcance -o quizás a causa de ello- no estoy seguro de que la gente disfrute tanto como nosotros disfrutamos con la música en aquellos años. Nuestros medios de reproducción de entonces pueden considerarse rudimentarios a la vista de los de hoy y el dinero de nuestros bolsillos escaso, pero nuestra pasión por la música era inmensa. Nos gustaba la música, compartíamos música. Teníamos amigos y nos gustaba estar con éllos. Hoy la gente tiene de casi todo, pero casi no tiene amigos.

Regreso inmediatamente de este excurso sociológico-moral para volver al tema central del aviso, la música y la nostalgia. Una vez hube contado con mi flamante "doble pletina" marca Philips (no se muy bien de dónde viene esta traducción de "double deck", pero es la que comúnmente se utilizaba entonces en España), con mi sencillo pero estilizado "plato" Scott (lo de "tocadiscos" estaba un poco pasado de moda y "giradiscos" sonaba demasiado técnico), mi modesto, pero efectivo, amplificador JVC y dos soberbios altavoces valencianos marca D.A.S., adquirido todo ello en la madrileña calle del Barquillo, todo estaba dispuesto para nacer a una nueva vida de melómano, de la mano de lo que me parecía a mi el "summum" de la "Alta Fidelidad".

Entonces llegó la música clásica, de la que no me he vuelto a separar nunca, en forma, las más de las veces, de pequeñas joyas de guardas amarillas (Deutsche Grammophon) con los Bach, Beethoven, Mozart, Dvorak, Gershwin o Ravel, dirigidos por los Karajan, Böhm, Fricsay, Kubelik, Ozawa, Maazel y muchos más. Pero también otras, tan valiosas para mí como aquéllas, con las grabaciones nacionales de Hispavox o Doblón de nuestros inmarcesibles Albéniz, Falla, Granados y Rodrigo, en interpretaciones inigualables de Argenta, Odón Alonso o Frübeck de Burgos.

En esto, llega a casa mi primer catálogo Discoplay y con él un verdadero descubrimiento: en el mundo de la música popular hay vida más allá de los Beatles. Con mis relativamente modestos medios económicos y la ayuda (nunca pedíamos los mismos discos para poder intercambiarlos) de mis amigos (perdón por la frase "beatleiana") comencé a disponer de una visión más amplia de la música. Así, aparecieron con algún retraso, desordenada y felizmente, los Pink Floyd, Eagles, Genesis, Rory Gallagher, Ten Years After, Magna Carta, Boney M., B-52s, Yes y otros muchos. Entre ellos, el disco
que cambiaría mi percepción sobre la música, haciéndome superar definitivamente la etapa de los Beatles (a Freud seguramente le hubiera gustado estudiar ésto). Me refiero a "Stormwatch" (1979) de Jethro Tull. Fue un amor a primera vista con aquel grupo de nombre tan extraño... ¡que llevaba ya once años en activo! De "North Sea Oil" a "Elegy", pasando por "Orion", "Dark Ages" u "Old Ghosts", todo el disco me pareció fantástico... en el sentido más literal del término. El sonido de la flauta y personalidad de la voz de Ian Anderson, junto con la sonoridad especial de este disco me trasladaban a las frías tierras del Mar del Norte, en medio de castillos abandonados, fantasmas errantes y tormentas furiosas, sin necesidad de entender las letras en inglés, a cuyo aprendizaje por aquel entonces comenzaba a consagrarme.

¡No se pueden ustedes imaginar lo que supuso ir sacando del catálogo todo lo que podía de los Tull! Me ponía nervioso cada vez que iba a correos para recoger el envío, cuidadosamente embalado en cartón, de puro miedo a que los de Discoplay me dijeran que tal o cual disco no estaba disponible. Afortunadamente los fui reuniendo casi todos, pues el que no estaba en disco lo pedía en cinta. Los aficionados de los Tull esperarán que les diga cuál fue, después del ya señalado "Stormwatch", el disco que más me impresionó. Los unos pensarán que "Aqualung", los otros que "Too Old to Rock'nRoll...". Éstos que "Songs from the Wood", aquéllos que "Minstrel in the Gallery". Algunos, incluso, se decantarán por su primer trabajo, "This Was" o por el archiconocido "Living in the Past". Está claro, ninguno de ellos, con parecerme mejores que cualquier otro disco, ejerció sobre mi una influencia tan grande como "Thick as a Brick". Entonces me pareció la más perfecta obra musical que hasta el momento había escuchado. Aún hoy la sitúo entre las cinco primeras. Su concepción como una obra integral le aproximaba, ahora lo se, a las más perfectas piezas del repertorio clásico contemporáneo. Incluso las aventajaba al superar el axfisiante corsé de la atonalidad, todavía en boga por aquella época y aún muchos años después, para dejarse llevar por el fluir progresivo de la música y de la palabra como expresión poderosa y ecléctica de la vida cotidiana. "Thick as a Brick" es un poema sinfónico que, junto al resto de su obra del período más creativo, coloca a Anderson en el empíreo de la música británica, ocupando, en mi particular opinión, un lugar no inferior al de un Britten o un Tavener

Pero esto forma parte del juicio intelectualizado de un melómano en la cuarentena. Por aquel entonces yo no sabía nada de "rock progresivo", no tenía la menor idea sobre el origen de aquél subyugante LP que traía pegado en la portada un extraño periódico ("St. Cleeve Chronicle", ¿cómo olvidarlo?), ni podía imaginarme la repercusión que, allá por 1971, había tenido en los medios del rock. Tan solo sabía que me gustaba mucho y que cada vez que lo escuchaba me quedaba con las ganas de hacerlo una vez más. "¡Qué raro -me dije entonces- ya no me gustan los Beatles, prefiero mil veces a los Tull!". Casi treinta años después, hoy se que aquel día, sin darme cuenta, había comenzado a dejar atrás una parte de mi infancia para adentrarme a pequeños pasos en la edad adulta.

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