¡NUEVO! BIBLIOTECA ORO ROJA nº 27, COLECCIÓN MOLINO (I) nos. 19 y 23, MAUCCI VIAJES Y AVENTURAS nº 6

NUEVAS (Y PROBABLEMENTE INÚTILES) COGITACIONES SOBRE LA OBRA DE HARRY STEPHEN KEELER

El caso del reloj ladrador, Reus, Madrid, 1947
(procedente de mi colección)

Recientes adquisiciones me han permitido conocer algo más sobre ese inimitable escritor que fue Harry Stephen Keeler. Porque, creánme, leer sus novelas, sin perjuicio de recorrer de vez en cuando las páginas del boletín de la Harry Stephen Keeler Society, es el único modo de intentar aproximarse a su particular y disparatado mundo. Mundo donde la lógica se entrecruza con la imaginación o, mejor dicho, donde la lógica de Keeler -y sólo de Keeler- y la imaginación de Keeler –y sólo de Keeler- se encuentran, para destilar -mediante el proceso alquímico que caracteriza a su singular método narrativo- un elixir literario sin precedentes en la historia de las letras, que tampoco ha tenido -hasta donde yo se- epígonos en su tiempo, ni cultivadores tras su desaparición.

Noches de Sing Sing, Reus, Madrid,1944 
(procedente de mi colección)

Si hay algo que resulta evidente tras haber leído un cierto número de novelas de Harry Stephen Keeler es que bajo su original forma de escribir, tras su singular concepción del relato o, si lo prefieren, en su extravagante modo de enfrentarse al desafío que supone contar historias, se esconde la figura de un hombre que, más allá de sus manías y desvaríos, supo utilizar con destreza sus dotes de gran conocedor del sustrato elemental sobre el que se asientan las pulsiones humanas. No cabe duda de que ese hombre, Keeler, que en su juventud estuvo encerrado entre las paredes acolchadas de una celda de manicomio -al que parece ser le condujeron, a instancias de su madre, los diagnósticos más o menos discutibles de los alienistas- fue un fino observador del comportamiento, unas veces lógico, muchas veces errático, de sus semejantes.
Harry con uno de sus gatos, fotografía procedente
de la página sobre Keeler de Mark Allen

Así lo ponen de manifiesto las acertados trazos con que describe la conducta de los cientos de personajes que pueblan sus novelas, atrapados en medio de la gran ciudad norteamericana, casi siempre Chicago (la “Londres del oeste”, como Keeler solía definir a la capital lacustre), escenario predilecto en el que se desarrolla la trama de sus extrañísimos relatos. Precisamente, ningún término sirve mejor que el de trama para describir con exactitud el hilo argumental de las narraciones del escritor estadounidense. En efecto, los personajes del universo keeleriano circulan por la narración respondiendo a una lógica propia que termina por desconcertar al lector, retándole constantemente, en un afán de hacerle olvidar que es un libro lo que tiene en su mano, intentando hacerle comprender que por más que se esfuerce nunca podrá derrotar a Harry, consumado ajedrecista de las letras que, página a página, sacrifica una y otra vez valiosas piezas para terminar al poco tiempo en el mismo lugar donde la partida empezó. O en cualquier otra parte del tablero… pues los relatos de Keeler están plagados de túneles secretos, de puertas traseras, de lóbregos conductos por los que discurre el pensamiento y la acción de unas gentes cuyas vidas terminan indefectiblemente por trastocarse, presas unas veces de la ambición desmedida, cautivos de una voluntad de hacer justicia en otras, esclavos casi siempre de una inexplicable locura a que el destino les empuja de manera inevitable.

Hallad el reloj, Reus, Madrid, 1947
(procedente de mi colección)

Desenvolverse dentro de semejante laberinto no resulta fácil. Precisamente esa, desconcertar al lector, era la principal tarea que Keeler se imponía cuando, delante de la máquina de escribir, insertaba en el carro las hojas de papel continuo que solía utilizar. Un detalle que por sí solo denota la intención del autor de dejar fluir la narración, al menos en primera instancia, para más tarde acomodar su contenido a las exigencias de su perturbado, pero sin duda ingenioso, método de producción literaria.

No ha sido Harry Stephen Keeler el único autor capaz de descubrir y aplicar con éxito un método brillante para escribir novelas de intriga. Entre otros, Jacques Futrelle, S.S. Van Dine y, por supuesto, Georges Simenon, fueron maestros indiscutidos en el arte de construir, o mejor dicho, “deconstruir” historias a partir de un suceso trivial, un hecho particularmente extraño o un acontecimiento luctuoso. Los dos primeros se centraron en aspectos insignificantes de la vida cotidiana. El segundo, sin duda superior en casi todos los aspectos, ahondó en el conocimiento del comportamiento humano hasta el punto de desvelar sus más íntimos deseos y frustraciones.

Fotografía de Harry en la que se ven algunas de las traducciones de Noches de Sing Sing,
con sus magníficas portadas, procedente de la web de Mark Allen

Sin embargo, mientras estos grandes cultivadores de la novela impresa en papel barato hacían circular marcha atrás el proceso narrativo, imaginando lo que pudo suceder antes de que el crimen o el delito se cometiera, Keeler propone lo que el definió como web-work plot o argumento en forma de telaraña. Es decir, a partir de un hecho inicial incomprensible, raro o paradójico, el autor teje en todas direcciones una tupida tela de araña, una trama inagotable en la que se entrecruzan situaciones y personajes que, muchas veces, nada tienen que ver los unos con los otros. De este modo, la narración no se inscribe en un proceso intelectivo unívoco, aunque inverso, sino que, como si de una galaxia en expansión se tratase, envía sus cuerpos celestes en todas direcciones para conformar un todo a través del cual el lector se desplaza, desprovisto de criterio y ausente de voluntad, de la mano de nuestro extravagante escritor.

Las gafas del Sr. Cagliostro, Reus, Madrid, 1947, 2ª ed, procedente de la web oficial en español de Harry Stephen Keeler; lamentablemente mi ejemplar no conserva la camisa.

Asimismo, los ejemplos de metanarración son frecuentes en su obra (en otro lugar de Acotaciones tuvimos ocasión de hablar del relato paradigmáticamente keeleriano titulado “La extraña historia del dólar de John Jones”, inserto en su novela La cara del hombre de Saturno). Unas veces estos vienen derivados de la aplicación consciente del propio sistema por él ideado, mientras que  otras, se originan en la pura y simple conveniencia de interpolar cuentos y relatos que habían sido previamente publicados y que, de ese modo, podían dar todavía lugar a un postrer aprovechamiento como subproductos literarios, con beneficio en términos de número total de páginas escritas, publicadas y, lógicamente, cobradas. Esta práctica, si no frecuente alguna vez utilizada por escritores que hicieron de la literatura su esforzada profesión, contribuye las más de las veces a aumentar el desconcierto del lector sin aportar gran cosa al argumento principal (si es que tal concepto puede ser aplicado a las obras de Keeler). Véase sino el ejemplo del relato –bien conocido por los keelerianos- que lleva por título “Gatos que he conocido”, inserto en su novela El caso del reloj ladrador.

Noches de ladrones, Reus, Madrid, 1944, procedente de la web oficial en español de Harry Stephen Keeler; tampoco mi ejemplar conserva las guardas.

En cualquier caso, más allá del método y sus variantes, que el propio autor expuso en una obra titulada The Mechanics (and Kinematics) of Web-Work Plot Construction, obra que por la profundidad de su análisis y, al mismo tiempo, por la complejidad extrema de su planteamiento, lo mismo podría haber sido prueba suficiente para hacerle ingresar de nuevo en un asilo de lunáticos como para otorgarle una cátedra de técnica narrativa, lo que nos queda tras la lectura de cualquiera de sus novelas es una sensación confusa, ambivalente, como la que describía al concluir mi anterior artículo sobre Keeler. “¿Obra de un autor extravagante o de un loco genial?” –me preguntaba entonces. La cuestión quedaba en aquel momento sin respuesta, conformándome tan sólo con poder seguir buscando sus novelas y continuar leyéndolas en un puro afán de solazarme en lo desconcertante, por el simple prurito de disfrutar del encuentro con lo infrecuente.

Mi opinión no ha cambiado en lo sustancial desde entonces. Sin embargo, entreveo ahora la posibilidad de superar esa fase inicial, centrada de forma exclusiva en extraer la esencia vagamente pulp, de respirar el delicado perfume de ese extraño fruto del weird cotidiano que es la obra de Keeler, de gustar una vez más su licor enervante y por momentos venenoso, para entrar en una nueva etapa, consagrada a la ardua tarea de desentrañar algunas de las claves que encierra su obra, principalmente las que ofrece su, en apariencia, disparatado proceder como narrador.

La voz de los siete gorriones, Reus, Madrid, 1948, procedente de la web oficial en español de Harry Stephen Keeler; el mío no tiene sobrecubierta.

Un proceder cuyo fin último por el momento se me escapa, pero que me resisto a verlo reducido al simple impulso de rellenar resmas enteras de papel sin más objeto que el de percibir unos emolumentos con los que llevar una vida digna, sin otro propósito que el de facturar unos cuantos cientos de dólares a ingratos editores, justificando con ello la difícil elección que para cualquier hombre común supone el decidir convertirse en escritor profesional a dólar la página. Keeler tuvo que perseguir un objetivo, su obra no pudo ser únicamente el resultado de la febril acción de un grafómano enloquecido.

Pienso que el quid de la cuestión está en descubrirlo por uno mismo. De poco sirve buscar en lo que otros han dicho la piedra filosofal del mundo keeleriano. ¿O es que mi inveterada condición de autodidacta es la que me impulsa a creerlo así? ¿No soy más que un voluntarista? ¿Quien sabe?, quizá esté empezando a pensar como Keeler, y ello es algo que me preocupa y a la vez me inquieta. Me preocupa y me inquieta fundamentalmente porque yo no soy Keeler, y porque esta misión que yo mismo me he adjudicado acaso sea inútil. Inútil y estéril como lo es la obsesión de aquellos, entre los que me cuento, por inquirir sobre el fundamento de la naturaleza humana, por indagar sobre los deseos, cumplidos o frustrados, de cada hombre, por comprender las grandezas y las miserias de que está hecha su pasajera existencia. Todavía más inútil y estéril en la medida en que nos empeñamos en hacerlo a través de un extraño procedimiento: pasando una tras otra las mohosas y quebradizas páginas de una novela popular.

© E. Altés, 2011

11 comentarios:

El Abuelito dijo...

Artículo extraordinario, como de costumbre... La última de las novelas de Keeler que he leído, "El libro de piel de tiburón" riza el rizo respecto a dos de las características que señala usted: el desconcierto provocado en el lector, por cuanto a mitad de novela uno no sabe muy bien hacia dónde demonios ha derivado una acción errática y sensacionalista, ni siquiera quién es el verdadero protagonista del texto, y la inserción de metarrelatos en el corpus principal: de hecho, cuando se acaba, el lector se da cuenta de que todo el texto viene a ser uno de esos cuentos insertos en una acción principal tan radicamente absurda que si no hubiese sido por ese recurso no habría podido aguantar más de unas docenas de páginas...
Toque genial o simple disparate, es mecanismo único que en todo caso jamás de los jamases puede dejar indiferente: la prueba está en cómo la cofradía secreta que formamos sus lectores no puede nunca abandonarle del todo y regresa cíclicamente a la estantería en busca de algún inédito, como dicen hace el criminal con el lugar del crimen...

andres dijo...

Enhorabuena por esta excelente entrada. Respecto a epígonos o precursores he tenido ocasión de leer recientemente El Hombre sin cara, de Albert Boissiere, en una coleccion de editorial Rueda, adquirida en libreria de saldo. Comparte bastante con Keeler, en cuanto al juego de casualidades, encuentros y reencuentros de los personajes, llevado -sin perder la lógica aparente- hasta el absurdo; y también en los sentimientos frenéticos de los mismos, nada asimilables a las pasiones de las personas de a pie. La obra original se publicó en 1911 e ignoro si hay otra traducción al espaol aparte de la que he leído.
Comenta que está empezando a pensar como Keeler: yo me preocuparía. Aunque si hay algo que nunca resultan sus cogitaciones es inútiles. Al contrario, son el maná de seguidores incondicionales como el que suscribe.

E. Martínez dijo...

Muhas gracias, señores, por su rápida y benevolente reacción a una entrada que no es más que el resultado de los efectos colaterales que produce una sesión de lectura intensiva de Keeler. Lo que he tratado de describir no es más que un reflejo imperfecto de lo sucedido.

Precisamente a ustedes, aficionados desde antiguo a este peculiar autor, no les hacía mucha falta leer la entrada, antes bien su concurso es necesario para ampliar lo dicho más arriba. Aunque para penetrar del todo en Keeler, sería preciso ser el propio Keeler, algo imposible, de momento, se agradece mucho tener noticia de cómo ven a Keeler, unos señores llamados Andrés y Pedro Porcel.

Quisiera de todos modos añadir una cosa, como adelanto de lo que seguramente constituirá una continuación de la entrada como consecuencia de una de esas visitas que cíclicamente -como bien dice usted Abuelito- no podemos dejar de hacer a los libros de Keeler: el bueno de Harry era, por encima de todo, un escritor profesional de primer orden. A pesar de la complejidad del ensayo al que hago mención en el artículo, su método es producto de un análisis certero del arte de relatar, propiciado -según confiesa el propio autor, y no tengo porqué dudarlo- por el hecho de haber escrito (ya en 1928)cerca de un millón de palabras y por haber leído, en su condición de editor del pulp magazine "10 Cent Story", cientos de relatos de intriga y misterio.

Uno de los aspectos que más me llama la atención de dicho método es que está pensado para responder (como nos explica el propio Harry)a tres exigencias que el mercado puede, o podía plantear entonces, a un relato: (1) ser susceptible de aparecer no sólo en forma de libro sino también dentro de una revista; (2)superar la prueba de gustos diversos, en concreto, su publicación con éxito en Inglaterra y en los Estados Unidos; y (3) admitir una eventual aparición en forma de serial, como material sindicado, incluso con entregas diarias en múltiples periódicos.

¡Casi nada lo que nos plantea el bueno de Harry! Sobre todo si tenemos en cuenta la dudosa calidad de buena parte del material literario de gran consumo que hoy se ofrece en el mercado. Un producto, el libro popular de hoy, que responde casi exclusivamente a un único criterio: aparecer el mayor número de veces posible en los medios de comunicación y monopolizar espacios preferentes en los estantes de las librerías.

E. Martínez dijo...

Como padezco todavía los efectos colaterales mencionados, olvidaba decir que pongo en la lista de lecturas pendientes "El libro de piel de tiburón", aunque sólo sea por el título, que me parece magnífico. Al igual que "El hombre sin cara", que tu comentario, Andrés, parece colocar entre los libros que merece bastante la pena leer.

El Abuelito dijo...

"... el libro popular de hoy, que responde casi exclusivamente a un único criterio: aparecer el mayor número de veces posible en los medios de comunicación y monopolizar espacios preferentes en los estantes de las librerías"...
Y ser muy gordo, que así parece que es más intelectual, y tener un tufo a mid cult (que decía el clarividente Umberto Eco) harto más antipático que la sincera poesía de lo inmediato característica del pulp...

Anónimo dijo...

No me va a quedar otra, tras este excelente artículo, que acercarme a descubrir (sí, imperdonablemente al parecer nunca había leído nada suyo) a este bueno de Harry S. Keeler.

No le perdono a usted que haya despertado en mí esta necesidad devoradora justo antes de los exámenes. :)

Un cordial saludo.

E. Martínez dijo...

Para Bolsilibros y otros que quieran entrar en HSK: "Noches de Sing Sing" no se le indigestará, "la cara del hombre de Saturno" le aclimatará y "las gafas del Sr. Cagliostro" o "El libro de las hojas color naranja" culminarán su iniciación. Seguramente, como bien dice el Abuelito, un cierto descanso entre lectura y lectura es conveniente e, incluso, necesario. A m i me faltan muchas por leer aún... ¿qué puede haber de más satisfactorio?

Joaquín Huguet dijo...

1. Stephen Keeler es el gran olvidado. De gran popularidad en su época, fue marginado con muchísima rapidez aún en vida. Tal vez era demasiado prolífico y no siempre sus novelas eran logradas. No obstante, “Las gafas del señor Cagliostro” y “Noches de Sing-Sing” son auténticas joyas, en la que se mezcla con originalidad el género de misterio y el de aventuras con una ironía que desborda la literatura de mero pasatiempo. En la primera, la parodia del freudismo a través del doctor Zero (emblemático nombre) es absolutamente magistral. A los detractores de nuestro autor, al que colgaron el sambenito de superficial, bastaría con ofrecerles algunos de las descripciones del psiquiátrico, con sus sofisticados análisis psicológicos, para rebatir esta opinión tan infundada. El final de la novela es sorprendente, muy a tono con la personalidad de nuestro autor. Digan lo que digan, HSK creó una literatura totalmente original y propia.
2. ¡Excelente la descripción que nos traes del método de composición! Este método pondría a prueba a más de un crítico francés y, ciertamente, sólo por su originalidad debería situar a nuestro autor en un lugar relevante. Ciertamente, el programa de HSK es tan sugestivo como sus novelas y, como bien dices, ¿buscaba únicamente el beneficio económico? Si tal fuera, este método habría sobrevivido a HSK y, sin embargo, murió cuando nuestro autor dejó este mundo.

E. Martínez dijo...

Para regocijo común, AQUÍ tienen a nuestro buen HSK, posando, en extravagante "ténue" de convicto, junto al célebre estafador "Yellow Kid" Weil, brillante inventor del "timo del telegrama", recogido en la película "El golpe". Una de las maravillas del archivo fotográfico de TIME LIFE.

C. Rancio dijo...

Señor Altés, tengo relativamente reciente la lectura de El enigma del cráneo viajero y todavía es mi cráneo el que está viajando: el último párrafo, literalmente, obliga a repasar mentalmente toda la novela...

Juan Rodriguez dijo...

Alguien me puede ayudar? Busco un personaje de Harry Stephen Keeler, O´Hartigan.
Si alguien me puede ayudar le gradeceria me dijera en que libro puedo localizarlo. Mi email:jrmseneca@gmail.com