viernes, 6 de noviembre de 2009

JAMES M. CAIN - AL FINAL DEL ARCO IRIS

James (M.) Cain - Al final del arco iris, Col. Esfinge nº 42, Noguer, Barcelona, 1976 (Traducción del inglés de Enrique de Obregón)

Cuando un autor se hace archifamoso por una de sus novelas, el resto siempre ha de parecer obra menor. Esto ocurre con James M. Cain, célebre por haber sido el autor de The Postman Always Rings Twice (El cartero llama dos veces, Emecé, Buenos Aires, 1945, Col. "El Séptimo Círculo" nº 11), publicada en Nueva York por Alfred A. Knopf en 1934 y llevada al cine en varias adaptaciones, pero sobre todo conocida por el gran público a través de la versión de 1946, dirigida por Tay Garnett, con Lana Turner y John Garfield en los papeles principales, y la versión de 1981 de Bob Rafaelson, con Jessica Lange y Jack Nicholson como protagonistas. Pero, como saben bien nuestros seguidores, a nosotros nos gusta hablar de todo lo que suene, despectivamente o no, a obra menor.

Los entendidos están en que si se puede o no se puede considerarse a James M. Cain como miembro de la escuela hard-boiled (el propio autor declinó pertenecer a cualquier obediencia literaria) y los que, como yo, lo somos menos no sabríamos pronunciarnos al respecto. En último extremo, esto nos trae al fresco. Lo que podemos apreciar y apreciamos en su obra es un sesgo particular, propio e inalienable a considerar las cosas desde un punto de vista freudiano, buceando de forma más directa que tangencial en las pulsiones sexuales de sus protagonistas.

Cubierta de un ejemplar de la primera edición de Rainbow's End, en la línea del más puro diseño pop de los primeros setenta. Un intento tardío y no excesivamente afortunado de James M. Cain por congraciarse con sus antiguos lectores

En la novela que hoy presentamos, Al final del arco iris (Rainbow's End, Mason/Charter, New York, 1975), esta tendencia aparece de manera evidente desde el principio reflejada en los comportamientos de una familia de montañeses de Ohio enraizada en las tradiciones familiares que les son características, entre éllas, las relaciones incestuosas. El deseo de la madre (que, como el lector más adelante descubrirá, no es tal, sino tía) por su hijo, protagonista del relato, refleja de manera extraordinaria hasta qué punto los personajes de Cain responden a arquetipos freudianos. Completando este elenco edípico aparecen otras dos figuras femeninas. De un lado, la joven azafata secuestrada por el criminal que desencadena la acción de la novela, mediante la que el autor trata de disipar cualquier atisbo de duda sobre la capacidad del protagonista a la hora de resolver su latente complejo frente a la sociedad. De otro lado, su verdadera madre, figura autoritaria y resolutiva que, para terminar de componer el cuadro, añade la pizca de sadomasoquismo necesaria en todo buen recorrido por los tortuosos vericuetos del psicoanálisis.

Cubierta desplegada de la edición de Noguer. Nuevamente el ilustrador nos es desconocido

Completa el cast de personajes de la escuela vienesa un padre, cuya identidad desconoce el protagonista, que en este caso no es odiado por el hijo, pues no sabe cuándo ni cómo poseyó a su verdadera madre, sino que es idealizado como contrafigura del que fuera padre adoptivo, un tejano simplicísimo y banal, que se manifiesta en el relato a través de la casa-rancho que construyera veinte años atrás para albergar a su familia. Como pueden ver, todo un tesoro de experiencias para el aficionado al psicoanálisis.

En el plano literario, Al final del arco iris presenta afinidades, por la linealidad y la concreción argumental de la trama con obras de autores coetáneos, tales como ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy. El estilo es directo, pero no descarnado, quizá debido al hecho de que esta novela fue escrita en 1975 (una de las últimas publicada en vida del escritor) cuando el género había sufrido ya considerables transformaciones. La traducción, más que aceptable, permite advertir la pericia de Cain a a la hora de construir los diálogos. Dentro del capítulo de las objeciones, cabe señalar, no obstante, una cierta querencia a excederse en la descripción topográfica y a alimentar una relativa confusión, derivada del uso indiscriminado de la cinemática.

Fotograma de The Postman Always Rings Twice (1946), en la espléndida versión de Tay Garnett, con Lana Tuner y John Garfield

En efecto, los personajes no paran de ir de aquí para allá, terminando por provocar una sensación de desorientación en el lector. Finalmente, un último reproche. Sin saber muy bien porqué, la novela se muestra un tanto plana en sus colores. El paisaje, el ambiente y los personajes, no terminan de formar un todo armonioso. Hay algo que falla, pues a diferencia de los grandes relatos del género, en que la atmósfera envuelve de tal manera al lector hasta el punto de que muchos detalles pasan inadvertidos, diríase que esta obra otoñal de James M. Cain flota por momentos en el vacío.

* * *

James M(alham) Cain nació en Annapolis en 1892 y murió en University Park en 1977. Ejerció de periodista y publicó sus obras de mayor éxito a mediados del siglo pasado. Además de El cartero llama dos veces, Cain obtuvo en 1941 un gran éxito de crítica con Mildred Pierce (traducción española, El suplicio de una madre, Emecé, Buenos Aires, 1946, Col. "La Puerta de Marfil" nº 6) y en 1945 con Double Indemnity (traducción española, Pacto de sangre, Emecé, Buenos Aires, 1945, Col. "El Séptimo Círculo" nº 5) que había sido publicada previamente en 1943 bajo el título de Three of a Kind. Ambas fueron llevadas con éxito también al cine.

Sería de un altísimo interés conocer la opinión de algún seguidor de Acotaciones que desde tierras australes nos pueda ilustrar sobre la obra de Cain en las dos venerables colecciones creadas por Borges y Bioy Casares.

© Acotaciones, 2009

lunes, 2 de noviembre de 2009

BREVES: HOUELLEBECQ, ROLIN, BEIGBEDER, FARGUES

Michel Houellebecq, Extension du domaine de la lutte, Éditions J'ai Lu, Paris, 1997 (nº4576)

Las controvertidas opiniones de Houellebecq sobre la sociedad occidental contemporánea no han penetrado excesivamente en nuestro país. Seguimos viviendo, me parece a mí, de espaldas a la cultura francesa, una cultura que no pasa, ciertamente, por sus mejores momentos, pero que destaca lo suficiente respecto de la mediocridad del resto como para que le sea prestada mayor atención. Al margen del valor intrínseco que tiene el sostener posturas difíciles, por lo escasamente conniventes con la inteligencia oficial, la disposición tardía a la literatura de Houellebecq le hace merecedor de una cierta consideración. Es el paso del tiempo, unido a una indudable honestidad intelectual, lo que permite al autor desvincularse de las machaconas consignas y las falsedades apriorísticas que sofocan el panorama creativo actual, generando un vivificante malestar entre sus contemporáneos. Houellebecq es un inesperado best seller que no se casa con nadie, o con muy pocos. El personaje de Extensión du domaine de la lutte está hecho trizas, es una mierda y es consciente de ello. Houellebecq termina de dar la puntilla a la falacia existencialista, tritura lo que queda del estructuralismo y se embarca en una crítica incondicional del modelo neocapitalista liberal que no le conduce a otro resultado que el de constatar la existencia de un sólo principio al que el individuo puede asirse con cierta seguridad, la afirmación de su propia individualidad. Teoría en extremo característica de civilizaciones en abierta decadencia. Por ello y por mucho más, no se puede pasar por alto este libro.


Michel Houellebecq, Plateforme, Éditions J'ai Lu, Paris, 2002 (nº 6404)

En esta sociedad actual, donde hasta el más pelado se puede permitir unas vacaciones (por llamarlas de alguna manera) en un "todo incluído" al otro extremo del mundo, vivir para ganar dinero y gastar dinero para vivir es la principal consigna. La clase media de los países occidentales rebosa de neurasténicos más o menos chiflados que acuden cotidianamente por miles a Thailandia y otros destinos parecidos en busca de no se sabe muy bien qué. Es decir, huyen de su lamentable presente para intentar redimirse al calor de playas exóticas, de dudosos cócteles especiados y de más que previsibles placeres nocturnos, con el fin de tratar vanamente de deshacer sus complejos o de ahuyentar sus demonios familiares. Houellebecq fue quizá el primer escritor en dar en el clavo, abordando con considerable éxito de ventas estos asuntos. Es una verdadera lástima que en Plateforme, su nivel estilístico no corra parejo con su originalidad.


Jean Rolin, Terminal Frigo, Gallimard, Paris, 2007 (Folio nº 4546)

Relato de viajes en clave documental en el que autor nos muestra lo que queda de los grandes astilleros y puertos comerciales franceses tras la reconversión y el abandono de muchos de ellos. Una crónica amarga llena de paisajes y escenarios más que aptos para el desarrollo de una buena novela policíaca. Pueden pasarse unas horas junto a él si no se dispone de mejor compañía.







Frédéric Beigbeder, 99 francs, Gallimard, Paris, 2007 (Folio nº 4062)

Novela que diera fama a uno de los autores contemporáneos en lengua francesa más leídos. Desprovisto de la huella psicoanalítica de Houellebcq, Beigbeder aborda con crudeza, como éste, el tema del éxito (y con mayor intensidad aún, del fracaso) personal y profesional en la sociedad contemporánea, desde la perspectiva de un ejecutivo del mundo de la publicidad. Estilo directo y descarnado, lleno de referencias explícitas a las miserias físicas y morales del ser humano, característico de la narrativa francesa de principios del siglo XXI. Ha de leerse si se quiere conocer hasta qué punto la literatura contemporánea se encuentra huérfana de escritores que sean capaces de marcarle un rumbo.


Nicolas Fargues, Rade Terminus, Gallimard, Paris, 2005 (Folio, nº 4310)

No se dejen engañar por el entorno exótico en que esta novela está ambientada. La isla de Diego Suárez, en Madagascar, no es sólo un astroso rincón del océano índico en el que se dejan caer unos pocos aventureros, cooperantes y profesores de la Alianza Francesa, más o menos desubicados, incapaces o hartos de llevar una vida ordenada en la neocapitalista Francia metropolitana. Diego Suárez es un trasunto de la Thailandia a lo Club Med tratada por Houellebecq en Plataforme, un lugar donde uno apenas sabe cómo llega y no tiene la menor idea de cómo puede terminar saliendo.


[Las obras de Michel Houellebecq han sido publicadas en castellano por Anagrama. Esta misma editorial ha sacado a la venta la edición española de la obra 99 Francs de Frédéric Beigbeder, con el título de 13,99 Euros, siguiendo las últimas ediciones de Gallimard.]

viernes, 30 de octubre de 2009

SJÖWALL Y WAHLÖÖ - LA HABITACIÓN CERRADA

Sjöwall y Wahlöö, La habitación cerrada, Col. Esfinge nº 35, Noguer, Barcelona, 1974 (trad. del inglés de Enrique de Obregón)

Tras un verano en el que, a juzgar por sus cifras de ventas, nuestras playas, ciudades y montañas han debido estar plagadas de lectores de la novela de Stieg Larsson, Millenium, tan sólo nos queda ver cómo esos cientos de miles de ejemplares superan la más dura de las pruebas, el desafío del tiempo. Yo, que me cuento en el grupo de los lectores de segunda y aún tercera ola, es decir, aquéllos que se niegan a pagar treinta euros por un producto literario sin más garantía que la que pueda aportar la publicidad que se le haya dado, suelo preferir dedicar ese dinero a adquirir cuatro o cinco novelas de segunda mano en alguno de mis libreros-traperos habituales, menos actuales pero generalmente más interesantes. Es cierto que sus cubiertas suelen estar rozadas, sus páginas pueden amarillear ligeramente y, a veces, ser portadoras de estigmas en forma de rúbrica, sello o ex-libris del antiguo propietario, cicatrices que, incluso, llegan en ocasiones a añadir algún valor al libro. Pero el servicio que prestan es el mismo pues proporcionan un rato de lectura agradable, eso sí, a precio mucho más conveniente que el del último best seller.

En la pasada feria otoñal del libro antiguo y de ocasión de Madrid, tuve la fortuna de toparme con este ejemplar de la serie que el matrimonio sueco formado por Maj Sjöwall y Per Wahlöö dedicaron al inspector Beck, de la policía nacional sueca. Muchos consideran Sjöwall y Wahlöo como los precursores de un cierto estilo particular de narrar relatos policiales, creadores de una escuela cuyo más destacado discípulo sería Henning Manskell y que habría tenido como última expresion al autor de éxito póstumo Stieg Larsson. Apenas he leído a Manskell y, como advertía antes, probablemente no leeré a Larsson hasta dentro de algún tiempo, pero tengo la impresión de que en esto de las escuelas hay más de estrategia comercial, como nos demostró el editor Barral a finales de los años sesenta del siglo pasado, que de realidad literaria. Lo que constituye un evidente nexo de unión es que todos ellos ambientan sus novelas en Suecia, describiendo el paisaje físico y moral de la época en que escribieron.

Cubierta de un ejemplar de Roseanna, de Sjöwall y Wahlöo, publicado en la entrañable colección tardopulp "Club del Misterio", de la editorial Bruguera, en mayo de 1982. Gracias al oportuno concurso de Andrés Porcel, sabemos que el autor de la portada es Isidre Monés. Las ilustraciones interiores son de Eduardo Feito.


En la novela que hoy comentamos, el inspector de la sección de homicidios de la policía nacional Martin Beck regresa al trabajo después de una forzosa convalecencia tras haber sido gravemente herido de bala en Un ser abominable, narración que precede en el tiempo La habitación cerrada. La actividad de Beck, a quien le ha sido encomendado el caso de un muerto aparecido en la habitación cerrada que da título a la novela, se solapa con la que otros policías desarrollan con el fin de perseguir y encarcelar a los responsables de una ola de robos a bancos que se está produciendo en Estocolmo. Sin lugar a dudas, el personaje de Beck, divorciado que vive solo, policía herido que roza la cincuentena y paciente observador de cuanto acontece a su alrededor, es el que mayor originalidad aporta a la narración, ambientada en 1971. Al mismo tiempo, la aguda crítica que los autores hacen del famoso estado del bienestar sueco se ve aderezada con la oportuna descripción de las vidas de unos personajes sumidos en la mediocridad, no obstante las promesas de dicho estado. La joven madre abandonada por su marido que decide atracar un banco para ofrecer un futuro más halagüeño a su hija, el viejo estibador del puerto que es testigo del ocaso de un modo de vida, la desastrada casera de mediana edad que, a lo Miss Marple, combina una inteligencia penetrante con prosaicas aficiones culinarias, todos ellos encarnan a tipos que contrastan con la imagen que, de acuerdo con la propaganda, uno pudiera hacerse de la Suecia de los primeros setenta.

Encuadernación desplegada de La habitación cerrada, que muestra el magnífico diseño de la colección "Esfinge", de la editorial Noguer. No tengo referencias de quién pudiera ser el ilustrador.

Un país próspero, donde socialismo y capitalismo caminaban de la mano, en el que de manera armónica, tutela del estado y libertad del ciudadano parecían conformar una sociedad ideal. En efecto, las novelas de Sjöwall y Wahlöo son algo más que relatos policíacos ya que trasladan la visión que ambos tienen de la sociedad en la que viven. Una visión que esta forjada desde el pensamiento comunista de los autores. Quizá les parezca extraño a los más jóvenes entre quienes nos siguen que en un país controlado durante décadas por el socialismo pudiera existir una fuerza contestataria desde la propia izquierda... Pero estos no son asuntos que conciernan a nuestro negociado. Baste decir que treinta y cinco años después de su publicación en España, La habitación cerrada todavía se lee muy bien. Es más, llegaría incluso a decir que se lee con verdadero placer si no fuese porque, en ocasiones, la sucesión de nombres escandinavos se le hace a uno pesada y el conocimiento que uno tiene del callejero de Estocolmo es francamete limitado. A pesar de ello, estoy deseando rescatar de mi biblioteca matriz el ejemplar de Un hombre abominable que figura en mi fichero.

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Sjöwall y Wahlöo son los apellidos de un equipo de escritores sueco, marido y mujer, que también escribieron novelas por separado. El sistema de redacción que solían seguir, por capítulos alternativos que narran una trama separada cada uno, favorece sin duda la presencia de dos plumas distintas. Los relatos escritos a dos manos no son infrecuentes en la literatura policial. Recientemente hemos visto pasar por Acotaciones a los autores americanos ocultos bajo el seudónimo de Mark Roscoe y nuestros seguidores conocen a buen seguro la obra de otras parejas famosas como Boileau y Narcejac o Frederick Dannay y Manfred Bennington Lee (Ellery Queen).

© Acotaciones, 2009



Maj Sjöwall y Per Wahlöö