Para El Abuelito, que estará ahora leyendo un folletín
o extasiado ante el cinematógrafo mientras respira
la atmósfera deliciosamente viciada de su Desván
¿Qué estamos realmente haciendo -me pregunto yo- quienes dedicamos desde hace años todo o parte de nuestro tiempo a caminar como fantasmas por los polvorientos corredores de esta casa desolada cuya silueta triste se proyecta en los arrabales de la cultura convencional? A los ojos de mi imaginación, vosotros, como yo, no sois sino perpetuos adoradores del papel amarillento y del celuloide descolorido, traperos de la estética de a diez céntimos, fanáticos del estereotipo gastado, vindicadores de la incongruencia y de la exageración, devotos de todo arte menor. Si, confesémoslo, nuestra vista recorre, curiosa e inquieta, los detalles de una ilustración de Longoria, de Freixas o de Riera como los ojos del experto galerista se fijan en los trazos de un Durero, los colores de un Renoir o la atmósfera de un Velázquez. Pero no sólo gozamos ordenando material en nuestros anaqueles y coleccionando imágenes en nuestra retina, sino que además una fuerza irreprimible nos arrastra a acumular saberes inútiles que nos administramos mutuamente como máximos sacramentos de nuestra harapienta secta de buhoneros del ayer.
¿De dónde viene - me sigo preguntando- ese ansia por excitar nuestra pituitaria con los ricos y variados matices que exhala el papel al verse su estructura orgánica transformada como consecuencia del paso del tiempo, de la humedad y de la oxidación de la tinta? Cotidiano rito de nuestra insólita cofradía, ¿qué sentido tiene esa pasión por desgranar los detalles que encierra cada abarquillada novelucha barata, cada mustio fotograma de película de serie B, cada crepitante macro o microsurco de artista innominado, todos ellos de remota procedencia? Acaso algunos evoqueis, a título de descargo, que esta pasión no es sino pura voluntad de restaurar lo efímero cuando este mundo actual se empeña en desechar todo, incluso lo perdurable. Puede ser que otros mencioneis el hecho de que vuestra pasión por elevar a la categoría de reliquia algo que, para el común de los mortales, tan sólo es pura refugalla, no es tal, antes bien se produce como consecuencia de una necesidad imperiosa de reconstruir a nuestra medida el pasado para huir con urgencia del presente. Quizá, por último, muchos pensemos, románticos y seguramente equivocados, que toda esa broza acumulada en los sótanos y desvanes de nuestra España merece ser desempolvada, pues en élla se acumulan retazos de una pequeña historia, íntima y doméstica, la de varias generaciones de españoles que sentados en el comedor, tumbados en la cama, de camino al trabajo o al regreso de un viaje, soñaron, se evadieron y vibraron con los sonidos, textos e imágenes de un mundo inexistente que, sin embargo, sintieron como vívido y real.
Si, es cierto, muchos nos empeñamos en rescatar de la incuria todas esas manifestaciones del arte popular porque pertenecen a un tiempo que no existe y que no volverá a existir. Una edad en que lo simple era admirablemente hermoso. Edad bien distinta a la nuestra, en que una minoría se empeña en intelectualizar la cultura hasta lo ridículo y absurdo para distinguirse del común mientras una mayoría se complace en revolcarse en los inmundos lodazales de la radio y de la televisión que, con el tiempo, se han vuelto vulgares y chabacanas ¡Qué hay de más simple y más hermoso -pienso yo- que ver o imaginar a Tarzán desjarretar una fiera sin despeinarse! ¡Quién puede negarle toda la simplicidad y la hermosura del mundo a una persecución de vaqueros en la que las balas nunca se acaban y los caballos a galope tendido no revientan jamás! A la voz de "Hi-Yo Silver!" o al chillido gutural de Lord Greystoke, una masa de compatriotas de distintas generaciones que ya no están parece estremecerse con nosotros, reviviendo por un instante en nuestra memoria.
Lo simple, lo hermoso... pero también lo instructivo y lo ameno, lo inmoral y lo moralizante, la sátira y la invectiva, la apología y el libelo, todo tiene cabida en la cultura popular de otro tiempo. Para algunos de quienes transitamos por éste, resultan argumentos suficientes para perseverar en el cultivo de esta modesta afición nuestra por la cultura de menesterosos. El descubrimiento de un nuevo ritmo pasado de moda oculto en los surcos del disco que hace un momento hemos terminado de limpiar, ese gesto exagerado y teatral que advertimos por primera vez en la película muda que acabamos de aliviar de las alforjas de la mula, esa ilustración que ahora descubrimos en el texto cándido e inverosímil de una novela de a peseta que adquirimos el otro día en el rastro virtual, todo ello ha de tener algún significado para nosotros, apasionados por este cochambroso y a la vez exquisito género de cosas.
Seguro que debe tenerlo...
© Acotaciones, 2009
6 comentarios:
Gracias por sus reflexiones. Es dificil, si no imposible, sin el auxilio de una introspeccion muy honda, entender porqué algunas personas se quedan prendidas en el magnetismo de lo añejo, nostálgicos de lo que no vivieron. Durante años me pareció una tara, aunque el tiempo me ha reconciliado con esta perspectiva. Una vez leí que era una manifestación del instito de tánatos... lo que me pareció una tontería, la verdad. Recuerdo haber oído algo sobre la afición a los tebeos como la "arqueología vergonzante de nuestras propias vidas"... por ahí ya vamos mejor. Sin embargo, hay algo más, porque en este caso vamos a vidas no vividas, a esa multitud que su texto evoca tan magníficamente al regreso de un viaje, o tumbado en la cama, o sentados en el comedor.
Es un misterio. Una atracción fatal que se revela inextinguible. Por suerte.
Un magnífico regalo, de lo mejorcito que hay en la red ahora mismo, sí señor; expresa usted muy bien pensamientos que mi falta de reflexión me impiden estructurar y exponer de tal modo... Sea como sea, el amor al papel amarillento salva cotidianamente mi anciana vida; eso y el gozo de seguir adquiriendo saberes enciclopédicos sobre materias nimias...
Y no saben lo que se pierden todos aquello que consideran ridículas tales pasiones... ¡arrenegados sean!
(Y encima me pone usted una cubierta de Víctor Aguado, sobre Rider Haggard, nada menos!!)
"... perpetuos adoradores del papel amarillento y del celuloide descolorido, traperos de la estética de a diez céntimos, fanáticos del estereotipo gastado, vindicadores de la incongruencia y de la exageración, devotos de todo arte menor..."
Nunca me definieron mejor!
Creo efectivamente, Andrés, que lo nuestro es vivir otras vidas, todas ellas imaginadas. La nuestra en el contínuo del tiempo, al que nos une el hilo del quebradizo papel. La de quienes convivieron en aquella época, desconocidos los unos de los otros, pero a los que parecemos invocar a través de esos fetiches de antaño. Finalmente, la vida imaginada por estos últimos a través de la novela, del cine o de la música, que se fue hace tiempo con todos ellos.
Alguno queda, por suerte. Hace un tres o cuatro años estaba revisando en una librería una pila de novelas y se me acercó un señor muy mayor. Ma pidió el favor de ver si estaba "La horda plateada", que recordaba haber leído hacía más de sesenta años. Al poco rato, apareció la novela, se la di y se la llevó muy contento. Un lazo especial se trabó en quel instante entre Rex Beach, el valetudinario caballero y yo mismo... y a mi me resultó todavía más placentero seguir rebuscando en aquél montón de papel.
¡Ay Abuelito!, bien sabe usted que pocos, por no decir ninguno, son capaces de ofrecernos lo que, desprendido como es, usted nos regala cotidianamente. Se muy bien que tras el tono ameno y de rechufla de sus entradas se esconden saberes epistemológicos de altísimo valor y no poca filosofía trascendental. Déjeme decirle que en usted, con estar caquéctico y amojamado como dice, además de un fino humorista se advierte la presencia de un excelente escritor. Dos cosas, por cierto, que lejos de ser incompatibles, suelen ser la base y fundamento de los grandes ensayistas.
Me se cae la baba leyendo a vuesas mercedes, maestros, pero... con ese despliegue de lenguaje erudito... ¿Quién osa echar su cuarto a espadas y opinar sobre la pobrecita y humilde novela popular?
Les admiro y envidio.
Publicar un comentario