miércoles, 9 de diciembre de 2009

LA "MALAVITA" SEGÚN LOMBROSO


Puede parecer chocante, a primera vista, encontrar una referencia a los orígenes de la escuela criminalista en un blog como éste, cuyo interés cardinal está puesto en la literatura popular y otras manifestaciones adyacentes. No obstante, una vida y una obra como las de Cesare Lombroso no pueden pasar desapercibidas a quien se interese, siquiera mínimamente, en cuanto se oculta tras el crimen como manifestación inhabitual del comportamiento humano. Los aficionados al género policial, de misterio o de terror encontrarán por añadidura en Lombroso una alucinante guía por los intrincados vericuetos de la malavita en sus más diversas manifestaciones. Si Vidocq es reputado como el iniciador del género policial desde su experiencia práctica como delincuente, primero, y como implacable -aunque ficiticio- perseguidor de malhechores, más tarde, el Dr. Lombroso es uno de los padres del criminalismo como doctrina a partir de sus algo desordenados, pero valiosos, estudios sobre el cuerpo y la mente del delincuente. Sitios hay a lo largo del ancho ciberespacio dónde el lector podrá encontrar referencias a las controvertidas teorías del doctor veronés, como la que afirma la existencia del delincuente nato y el loco moral, por ello aquí nos vamos a ceñir a los aspectos más inquietantes y freaky de un galeno que, un poco a lo mad doctor, recorrió a lo largo de su existencia infinidad de manicomios, correcionales y presidios, frecuentando a buena parte de la flor y nata de la malavita italiana de finales del XIX, diseccionando y estudiando los cadáveres de asesinos, locos y suicidas (a veces todo ello), con el fin de contribuir desde la medicina forense al progreso de la ciencia criminal.

De inapreciable ayuda en este inusual recorrido por la cara oculta del ser humano han sido los dos volúmenes de su Medicina Legal (La España Moderna, Madrid, 1902, traducción del Dr. Pedro Dorado), compendio en castellano de varios trabajos de Lombroso, principalmente de su obra cumbre L'uomo delinquente.

Comienza Lombroso por introducirnos en el mundo del crimen hablando de la equivalencia del delito entre los salvajes y entre los niños. Más adelante pasamos al delito propiamente dicho (es decir, el cometido por adultos), estableciendo una tipología del delincuente. Distingue el Dr. Lombroso cinco tipos principales, a saber: natural, de ocasión, loco, por pasión y habitual. Casi todos los criminales de papel entran al menos en una de estas categorías. Veamos algunos ejemplos:


Ninguno de los aspectos físicos o morales del criminal escapa al ojo escrutador de nuestro doctor. Comenzando por la anatomía patológica, vemos cómo las facies determinan, para Lombroso, la inclinación de ciertas personas al delito. Se fija principalmente en el cráneo (la colección de calaveras del Dr. Lombroso era tan asombrosa como la cantidad de éllas que desechaba), en el cerebro y el cerebelo (también poseyó un amplio surtido) y, finalmente, en el tronco y extremidades (no nos consta si conservaba alguna de estas partes en su gabinete). El criminal ruso Willip, constituye, en este sentido, un ejemplo paradigmático:
Uno de los aspectos curiosos que reclamó la atención del egregio forense italiano fue el de los tatuajes, cortes y escarificaciones con las que los delincuentes gustan de profanar hasta los más recónditos lugares de su piel. Tras una breve introducción a los orígenes e historia de dicha práctica entre los salvajes y los pueblos antiguos, pasa el Dr. Lombroso a analizar su decadente uso entre los contemporáneos -poco imaginaba nuestro singular doctor que esta costumbre terminaría por experimentar un gran impulso en el tránsito del siglo XX al XXI-, para terminar con el estudio de tal manía entre los criminales. De la observación de estos caprichosos adornos en presidiarios deduce Lombroso no pocas afecciones y desórdenes que aquejan al criminal, la mayoría de ellas de naturaleza sexual. Fíjense sino en esta original interpretación del cuerpo tatuado de un convicto, en la que se puede apreciar, singularmente, cómo menudean los recuerdos o avisos nada bien intencionados a antiguas amantes:
O esta otra, procedente de una lámina en la que se recogen tatuajes practicados a reclusos especialmente proclives a la sodomía:

Ofrece también el Dr. Lombroso multitud de ejemplos de exclamaciones o sentencias tatuadas en la piel que vienen a ilustrar los dibujos contiguos, describiendo con especial economía verbal el estado de ánimo de los interfectos:
Sin suerte - Nacido bajo una mala estrella- El presidio me aguarda - Hijo de la desgracia

Maldiciones e imprecaciones hacia quienes fueron la causa de su mal:

Muerte a la chusma - Mueran las mujeres infieles - Muerte a los ladrones

O pura y simplemente obscenidades, generalmente tatuadas en los genitales o en sus proximidades:

Venid, señoritas, al rubí del amor - Placer de las mujeres - Ella piensa en mí - Amigo de lo contrario.

En ocasiones, los criminales acostumbran también a proyectar sus sentimientos en forma escrita, más o menos literaria. el Dr. Lombroso analiza sus manuscritos y otras manifestaciones de la creatividad criminal y carcelaria, como los grafiti en las paredes o las inscripciones y dibujos que figuran en el insólito ejemplo que a continuación les muestro.

Lombroso dedica asimismo numerosas páginas al estudio de la jerga y la literatura presidiaria y delincuencial, un aspecto de sumo interés en el que, como no podía ser de otro modo, Vidocq constituye una referencia de primer orden. La jerga cumple en primer lugar una función de protección para el delincuente, al no ser conocida, en principio, por quienes no pertenecen al hampa. En sardo, incluso, se denomina a la jerga cobertanza (cobertura). Desempeña la jerga al mismo tiempo una función de identificación -dice Lombroso- entre la gente de la malavita que frecuenta presidios, burdeles y tabernas. El nomadismo y la tradición familiar, tendencia una y característica propia la otra del tipo criminal, determinan asimismo el uso de palabras pertenecientes a la jerga. Llega a afirmar el médico veronés que, al igual que los tatuajes, la jerga reproduce las tendencias del hombre primitivo y, por lo tanto, tiene un origen atávico: "los criminales hablan salvajemente porque son salvajes que viven en medio de la civilización moderna".

Pero, como decíamos, no termina en lo físico el campo de estudio de Cesare Lombroso. Antes bien, consagra buena parte de su esfuerzo al estudio de las enfermedades mentales y su influencia en el crimen. El cretinismo, el idiotismo, la imbecilidad o el matoidismo (éste vendría a definir, de acuerdo con Lombroso, a "un imbécil con la librea del genio") son descritos como causas directamente relacionadas con la práctica de la delincuencia. De estas afecciones, el eximio médico forense ofrece numerosos ejemplos, como éstos,

o estos otros:No deja de ser curioso, al tiempo que instructivo para los futuros practicantes de la medicina legal, que en el manual del Dr. Lombroso se ofrezcan referencias a los distintos modos de proceder que tienen los suicidas para cometer la fatídica agresión sobre su persona. A continuación podemos ver algunas de éllas, más dignas de ilustrar un folletín de Rocambole que de formar parte de una obra dirigida al público universitario:


Ocuparía más espacio del que disponemos el describir con detalle todo cuanto contienen las páginas de la extraordinaria Medicina Legal de Lombroso, desde el estudio de las tendencias criminales en las prostitutas hasta los efectos que produce el imán al ser aplicado sobre la piel de los delincuentes, pasando por toda una larga lista de las más disparatadas pruebas y observaciones que imaginarse uno pueda.

Para concluir diremos que necesariamente se ha de leer a Lombroso con las prevenciones que el paso del tiempo y los avances de la ciencia médico-legal aconsejan. Entre éllas, la de considerar su obra desde la perspectiva amable, desenfadada y liviana de la literatura popular. Justamente por esta razón recomendamos la lectura de este libro deliciosamente inactual, que debería figurar en la biblioteca de todo curioso de los asuntos tocantes al extraño mundo de lo criminal.

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Cesare Lombroso, nombre con el que italianizó el suyo verdadero de Ezechia Marco Lombroso, probablemente para ocultar su condición de hebreo, nació en Verona en 1835 y murió en Turín en 1909. Fue un médico y criminólogo que desarrolló y popularizó las teorías sobre el delincuente de Ferri y Garofalo, entre éllas la del criminal nato. Éstas suscitaron fuerte oposición entre juristas y compañeros de profesión, ya que Lombroso consideraba imputables por igual a todos los sujetos, ya fueran estos personas "normales" o irresponsables, estableciendo una relación directa entre la menor responsabilidad de un sujeto y su peligrosidad. La mayoría de sus obras han sido traducidas al castellano, aunque son pocas las que se continúan imprimiendo en la actualidad.
© Acotaciones, 2009


lunes, 7 de diciembre de 2009

ALMANAQUE ACOTACIONES 2010 - PORTADAS ORIGINALES

A continuación podeis contemplar las portadas de las que proceden las ilustraciones contenidas en el ALMANAQUE ACOTACIONES 2010:

Emilio FREIXAS
(Stanley Shaw, La sirena de las nieves, Biblioteca Oro nº 175)



José LONGORIA
(Rex Beach, La horda plateada, Biblioteca Oro I-9)



Alejandro COLL
(José Figueroa Campos, Ébano, Biblioteca Oro nº 166)



Xirinius (Jaime JUEZ)
(Hugo Wast, El camino de las llamas, Biblioteca Oro nº I-16)



Carlos FREIXAS
(H.A. Kivingston Hahn, El doctor Sibelius, Biblioteca Oro, nº 215)



Fernando BOSCH
(Erle Stanley Gardner, El caso de la piernas bonitas, Biblioteca Oro, nº III-63)



GARCÍA NAVARRO
(Rex Beach, Oro de la selva, Biblioteca Oro, nº 125)



Roque RIERA ROJAS
(E. Guzmán Prado, El valle del olvido, Biblioteca Oro nº 139)



G. NIEBLA
(José J. Morán, El caso de las 7 trompetas, Biblioteca Oro nº 151)



Alfredo ARMENGOL TERRÉS
(William Byron Mowery, El reto del norte, Biblioteca Oro I-21)



Jaime TOMÁS
(James B. Hendrix, Downey de la policía montada, Biblioteca Oro I-39)



Juan Pablo BOCQUET
(Edison Marshall, La reina del antártico, Biblioteca Oro nº 142)

lunes, 30 de noviembre de 2009

RICHARD S. PRATHER - UN BEAU CARTON

Richard S. Prather, Un beau carton, Coll. Série Noire nº 145,
Gallimard, Paris, 1952

En general, cuando una novela tiene un buen comienzo, todo debería hacer presagiar que el desarrollo de la narración irá en esa misma línea. Sin embargo, ¡cuántas veces hemos sido arrastrados por las vanas promesas de un relato bien planteado, cuya consecución y, sobre todo, cuya culminación, ha resultado por completo decepcionante! Dentro del género policial y, en particular, de la novela negra, podríamos mencionar varios ejemplos, pero en Acotaciones solemos gustar mas bien de quedarnos con aquellas narraciones enjundiosas que, muchas veces ocultas bajo la gruesa capa de polvo que el tiempo ha ido formando sobre éllas, solo esperan a que un lector sin prejuicios hacia lo añejo las saque de la incuria, poniéndolas ante la luz pública, con el secreto anhelo de ofrecerlas como presente a quienes sepan apreciarlas en lo que valen. Así, en medio de un par de tediosas excursiones por la mediocridad popular-novelesca, surgió como una perla de su maltrecha aunque nacarada concha, la extraordinaria novela Everybody had a gun (Gold Medal Books, Fawcett, New York, 1951), titulada en su versión francesa como Un beau carton y en su versión española como Todos tenían una pistola (Col. Selecciones de Biblioteca Oro, Molino, Barcelona, 1954), verdadera joya del entretenimiento económico debida a la soberbia pluma (debería decir "máquina de escribir") del recientemente fallecido escritor norteamericano Richard S. Prather.

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Bocquet fue el encargado de ilustrar la portada de la primera edición en castellano de la obra, con el título de Todos tenían una pistola, traducida por H.C. Granch para la venerable colección "Selecciones de Biblioteca Oro". Un ejemplar que vale la pena tomarse la molestia de buscar por esos sitios en los que solemos husmear todos.
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Tercera de las obras que dio a la estampa, Everybody had a Gun fue una de las que en mayor medida contribuyó a sentar las bases del éxito de Richard S. Prather, a quien se atribuye unas ventas en torno a los 40 millones de ejemplares sólo en los Estados Unidos, de los cuales 25 millones pertenecerían a las novelas consagradas al detective Shell Scott. Este antiguo marine que sirviera durante la IIª Guerra Mundial en el Pacífico Sur, se dedica ahora a batir la suela por las calles de Los Angeles al servicio de quien desee sacar provecho de sus habilidades. Su afán por no maltratar más de lo debido el código penal no le impide ir dejando tras de sí cada vez que actúa un considerable reguero de muertes. En la mejor tradición del relato de serie negra, Everybody had a Gun nos presenta unos hechos que se concatenan merced a una serie de casualidades. Casualidades que vienen a ser la guinda de los despropósitos a que conducen la violencia -más o menos gratuita-, el exceso de chicas atractivas pululando por los bajos fondos de la ciudad y el consumo inmoderado de alcohol, cualquiera que sea la calidad de éste. Todos ellos elementos -aún el menos perspicaz de nuestros seguidores lo habrá advertido ya- que constituyen la columna vertebral de toda buena narración del género. No faltan tampoco aquí las persecuciones en coche a toda velocidad, donde Shell Scott se consagra como as del volante, ya sea a bordo de su elegante Cadillac o a los mandos de un menos chic -pero acaso más ágil y potente- Plymouth. Tampoco merecen ser obviadas, por curiosas y extemporáneas, las prácticas de tiro con que determinadas señoras -alcohólicas impenitentes éllas- entretienen su ocios empuñando armas de grueso, pero que muy grueso calibre...

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Cubierta de una de las ediciones norteamericanas de Everybody had a Gun (Fawcett, Gold Medal Books). Es una lástima que la calidad en el arte de la portadas no haya acompañado a todas las ediciones -algunas, no obstante, excelentes- de las novelas del detective Shell Scott.
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No obstante, lo que distingue a Shell Scott de otros detectives del más oscuro de los géneros quizá sea su capacidad para entender la psique femenina con independencia de la edad o condición de la interfecta. El ex-marine no ha pasado, que se sepa, por escuela alguna de psicología -dígase lo que se diga, la guerra tiene poco de psicológica-. Sin embargo, sorprendentemente, es capaz de saber hasta qué extremos puede llegar -para mal, se entiende- la esposa frustrada de un gángster, o lo peligrosos que pueden llegar a ser los accesos de ira de su joven amiguita, con cuyos sentimientos se dedica a jugar en los ratos libres. Grande, verdaderamente grande, este private eye en la treintena que Richard S. Prather creara en 1950 para deleite de los apasionados del género. Primo, por su agudísima inteligencia: no he visto ningún detective de papel que -como Shell Scott- sea capaz de ingeniárselas para engañar a un mafioso mientras recibe la más soberana paliza que imaginarse pueda. Secundo, por su capacidad de resistencia: dos días en vela teniendo por única ingesta un bistec engullido a toda prisa y unos cuantos tragos de whisky nunca dieron para tanto. Tertio y último, por su indudable saber estar: siempre encuentra el chiste, el mamporro, o el disparo adecuados para cada ocasión. Todo ello gracias al fluido estilo y estudiado ritmo narrativo de Richard S. Prather. Un maestro del género que se resiste -y, créanme, hace muy bien- a coger polvo en los anaqueles de las más negras bibliotecas.

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Richard S. Prather nació en Santa Ana, California, en septiembre de 1921 y dejó este valle de lágrimas en su casa de Sedona, Arizona, en febrero de 2007. Su obra es inmensa, y se prolongó a lo largo de su longeva existencia en forma de magníficas novelas de tema criminal y de misterio. Su más célebre creación es el detective Shell Scott, afincado en Los Angeles, donde se desarrollan la mayor parte de sus aventuras. Ha vendido millones de ejemplares de sus relatos en todo el mundo, dejando su particular impronta en un género que le consagró como uno de los escritores populares más vendidos del siglo XX.

martes, 17 de noviembre de 2009

TERRY STEWART - LA SOUPE À LA GRIMACE

Terry Stewart, La soupe à la grimace, Coll. Série Noire nº 152, Gallimard, Paris, 1953

¿Terry Stewart? Suena demasiado anglosajón. Lo cierto es que el autor francés Serge Arcouët no se rompió demasiado la cabeza a la hora de elegir un seudónimo para escribir novelas. Sin embargo, consiguió lo que quería: escribir relatos de lo más hard boiled, siguiendo la estela de los grandes autores norteamericanos. Y no crean que sólo emuló con enorme dignidad a Chandler o McCoy, sino que sus dotes narrativas le permitieron escribir relatos como La soupe à la grimace (permítanme que me atreva a trasladar a nuestro idioma este hermoso giro de la lengua de Corneille como Mal ambiente) cuya atmósfera insana y agobiante envuelve a unos personajes que terminan por adoptar comportamientos demenciales. Personajes que no paran un sólo instante de trasudar en este innominado rincón semiselvático de los Estados Unidos, fronterizo con el vecino México, que acoge a desechos de tienta de ambos sexos en la no demasiado grata tarea de horadar las entrañas de la tierra en busca de uranio. En medio de este escenario, un ingeniero con pocos escrúpulos se empeña en ahondar en el sinsentido de su vida con la ayuda de seductoras hembras de belleza animal que se disputan sus favores.

Cartel de la versión cinematográfica de La soupe à la grimace, dirigida por Jean Sacha, con Georges Marchal y Maria Mauban en los papeles de Frank Keany y Moïra Worden. Él, de profesión dur à cuire, amante ocasional e ingeniero de minas en sus ratos libres. Élla, mujer dispuesta a destrozarle la vida al hombre que ha elegido por víctima, ...como toda femme fatale que se precie.

Pero no acaba aquí el elenco de tipos marginales. Es poco frecuente encontrar una novela que reúna a tan selecto grupo de escoria humana. Un doctor consagrado día y noche a trasegar absenta que termina obsesionado por hendir el escalpelo en todo bicho viviente que se le ponga por delante, un viejo minero enloquecido por la sed de oro con más que evidentes instintos asesinos, un grupo de trabajadores nativos que se embriaga hasta abandonarse en un orgiástico finale... Para acabarlo de arreglar, el cólera se extiende por el campo minero, convirtiendo a sus pobladores en auténticos zombis de grisáceo rostro que van dejando allá donde van la marca de la ominosa epidemia.

Fotograma de la película, en la que los protagonistas se muestran en actitud más que prudente. Prepárense para todo lo contrario si abren las paginas de la novela.

La soupe à la grimace fue prontamente llevada al cine (1954), de la mano de Jean Sacha, con Georges Marchal y Maria Mauban en los papeles protagonistas. No he tenido la oportunidad hasta ahora de ver este filme, que ardo en deseos de tener en mi pantalla. Con que la película sea capaz de reflejar, como intuyo, tan sólo una mínima parte de lo que se cuenta en la novela, me daría por satisfecho. Sobre todo porque me subyuga su atmósfera asfixiante, el peligroso contacto con la pechblenda extraída de la mina, las miasmas que vuelven pestífero el aire que se respira, la no menos mefítica atmósfera moral que envuelve a unos personajes dispuestos a revolverse inútilmente frente al destino con la misma ciega ira con que lo harían unas inmundas sabandijas retorciéndose en el fondo de un pozo negro.

Nunca había topado con un relato criminal, temprano como es éste, con tan acusado perfil gore. Aquí se mata, se muere y se entierra sin sutileza alguna. La soupe à la grimace hará sin duda las delicias de los aficionados al mestizo cruce de géneros. Una mezcla de puro noir y horror explícito, salpimentada con su tanto de excitante erotismo salvaje.


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Serge Arcouët (alias Terry Stewart, alias Serge Laforest) nació en Nantes, como Julio Verne, en 1916 y murió en 1983 en su bella ciudad natal. Le cabe el honor de haber sido el primer escritor francés en figurar dentro de la lista de autores de la colección "Série Noire" de Gallimard, con la publicación de su novela La mort et l'ange (nº 18). No me consta que ninguna de sus obras haya sido traducida al español. Una verdadera lástima.

domingo, 15 de noviembre de 2009

LAWRENCE BLOCK - THE GIRL WITH THE LONG GREEN HEART

Lawrence Block, The Girl with the Long Green Heart, "Hard Case Crime" nº 14, Dorchester Publishing / Winterfall LLC, New York, 2005. Cubierta original de Robert McGinnis

El género criminal está poblado de relatos que abordan el delito desde perspectivas tan diferentes como atractivas para el lector. En una entrada anterior comentábamos una de las narraciones de Cain consagrada a la estafa vista desde el ángulo del fraude bancario. En la entrada de hoy, la protagonista es también la estafa, pero esta vez en una de sus variantes más ingeniosas, denominada con en el mundo anglosajón (abreviatura de de confidence trick), en virtud de la cual uno de los estafadores es el encargado de ganarse la confianza de la víctima, generalmente atraída por la verosimilitud de los argumentos que el hábil delincuente le expone y, por supuesto, movida por la codicia, persuadida de estar aprovechándose de una situación ventajosa y animada por la hecho de considerarse más lista que las propias personas que tratan de estafarle.

Cubierta de la primera edición francesa de The Girl with the Long Green Heart, traducida como Arnaque à l'hectare (Estafa por hectáreas), Coll. "Série Noire" nº 1099, Gallimard, Paris, 1967

El escritor norteamericano Lawrence Block nos presenta en The Girl with the Long Green Heart, recientemente reeditado en la colección "Hard Case Crime", aunque por desgracia todavía inédito en castellano, a un estafador recién salido de la cárcel que recibe la visita de otro profesional para proponerle un buen negocio. El riesgo de volver a la cárcel pesa demasiado en el protagonista quien, ante la perspectiva de ganar el dinero suficiente para retirarse, vence su renuencia inicial a retornar al crimen y se embarca en el proyecto. La operación es larga y difícil, pues se trata de estafar a alguien que ya ha sido previamente estafado, alimentando astutamente sus ansias de obtener una revancha que le permita recuperar con creces el dinero y, por encima de todo, la dignidad perdida. Para ello cuentan con la cooperación necesaria de una mujer, la secretaria del primo, de la que terminará enamorándose nuestro
estafador, con las desastrosas consecuencias que suele tener mezclar el trabajo con el placer. Aunque la descripción meticulosa de los preparativos de la estafa puede resultar algo tediosa, la novela resulta, en conjunto, entretenida.

Cubierta de la primera edición de The Girl with the Long Green Heart, en la colección "Gold Medal Books", Fawcett Publications, Greenwich (Ct), 1965

Relativamente previsible en alguno de sus aspectos, la intriga se mantiene a lo largo del relato en un grado más que acptable. He apreciado de manera particular el gusto de Block a la hora de elegir los principales escenarios en que se desarrolla la acción, una pequeña ciudad de provincias (Olean, en el Estado de Nueva York) y Toronto (Canadá). La ambientación es perfecta, algo muy importante, especialmente a la hora de hacer creíble una combinación de este tipo, y los personajes están tratados con la maestría y el estilo personal de Block. No falta ningún ingrediente para conformar un cuadro de moderna novela negra, ciertamente mas bien situada en la escala de los grises: una mujer peligrosamente atractiva, un delincuente que sueña con dejar de serlo y un hombre a quien su orgullo y desmedida codicia le convierten en víctima propicia. Eso sí, no se moleste el lector en buscar aqui al detective, pues no lo encontrará por ninguna parte. El propio estafador es quien se encarga de narrarnos en primera persona cuánto sucede. Magnífica lectura, en definitiva, para aficionados en busca de alternativas a los terrenos más trillados del género, que además deseen salir del primer circuito de autores populares. Esta novela de Lawrence Block nos ha dejado con ganas de visitar otras de sus creaciones.


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El escritor Lawrence Block

Lawrence Block es un escritor norteamericano nacido en 1938. Sus creaciones de mayor fama son el detective privado Matt Scudder y el ladrón Bernie Rhodenbarr. "Hard Case Crime" es un colección fundada en 2004 por iniciativa de Dorchester Publishing y Winterfall LLC, que recrea a la perfección los pulp paperbacks de asunto criminal de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Junto a reediciones de títulos aparecidos por primera vez hace muchos años, con obras de figuras indiscutibles del pulp como Cornell Woolrich, Erle Stanley Gardner o Mickey Spillane, aparecen también nuevos relatos de autores contemporáneos como Richard Aleas, Donald E. Westlake o el propio Lawrence Block. Colección casi única en su género, Hard Case Crime abre un espacio a los nostálgicos y ofrece a las nuevas generaciones de lectores a oportunidad de vivir sensaciones distintas a las que le ofrece la industria editorial convencional. ¡Quién pudiera ver algo así en nuestro país!


El número 63 de "Hard Case Crime", que aparecerá en diciembre de 2009, contiene nada más y nada menos que la novela de Sir Arthur Conan Doyle, El valle del terror, un clásico de las ediciones populares, cuya próxima publicación pone de manifiesto aún más si cabe la intención retrospectiva de esta excelente colección. La cubierta es obra del ilustrador Glen Orbik.