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miércoles, 8 de julio de 2009

MI EXPERIENCIA CON CÉLINE

Cayó en mis manos durante las pasadas Navidades un número de la revista mejicana Replicante, en el que se consagra una sección a autores que han merecido en algún momento el calificativo de "malditos". En dicho elenco figuran, entre otros, Drieu de la Rochelle y Céline. Muy atinada, en mi criterio, la elección hecha por la publicación, pues ambas son personalidades centrales de la moderna literatura francesa. En el caso de Céline, de la literatura universal. El escritor peruano Mario Vargas Llosa es el encargado de trazar un perfil de este último, semblanza en la que advierto notables aciertos y, al menos, una cuestión sobre la que me permito discrepar. El mencionado artículo me proporciona una inmejorable excusa para compartir con los lectores de Acotaciones retazos de mi experiencia personal con el controvertido autor.

Por encima de todo he de decir que siempre es motivo de satisfacción el que aparezca algo sobre Céline en lengua castellana. Una cosa es que ciertos autores merezcan el sobado calificativo de "maldito" y otra bien distinta es que la maldición alcance límites no vistos, al punto de que poca sean los que quieran (¿acaso pueden?) enfrentarse desde la crítica al autor y a sus textos. Centrándonos en el artículo de Replicante, destaca sobremanera la referencia que Vargas Llosa hace a la impronta pequeño burguesa en el pensamiento de Céline, para quien el parlamentarismo democrático de preguerra fue el culpable de la ruina, del abandono y, en último extremo, del olvido, no tanto de las clases trabajadoras sino mas bien de las clases medias más modestas, encarnadas en la propia familia del autor y, muy señaladamente, en la figura de su madre. En efecto, el pequeño negocio de encajes del pasaje Choiseul, regentado por la señora de Destouches representa a la perfección esa frágil combinación de esperanzas y frustraciones que caracterizó, a principios del siglo XX, a la pequeña burguesía francesa. Ansiosa por marcar las diferencias respecto a las clases más humildes estaba, al mismo tiempo, llena de rencor para con aquéllos que merced a su fortuna, ya que no por su estirpe, se encuentraban por encima suyo en la escala social. Son esos pomposos rentistas y financieros adinerados, muchos de ellos israelitas, a los que Céline -quien se considera a si mismo un francés de pura cepa- achaca un punto de mal gusto, de vanidad injustificada, tal vez de deshonestidad, quienes se convierten en objeto de su desprecio. A sus ojos, al igual que a los de tantos otros franceses de la época, el rentista enriquecido pasa por ser un usurero que dedica sus pricipales esfuerzos a esquilmar los exiguos ingresos del modesto pero honrado burgués. La grandeza de Francia -pensaba Céline- no se logró gracias a sus prácticas especulativas sino merced a la industriosidad del artesano y del probo comerciante, pero los políticos se limitan a mirar hacia otro lado, cuando no participan, venales y concomitantes, de manera activa en el expolio de la gente honesta. Es en este sentido, en el que el pasaje Choiseul debe ser visto como germen y símbolo a un tiempo de la que, con distintas variantes, será la tesis central celiniana: la clase media, cuyos valores se asientan principalmente en el trabajo, el ahorro, la honestidad, como fundamentos del progreso en la escala social, no cuadra con el capitalismo económico y su otra cara política, el liberalismo, de manera que quienes, sea porque no desean someterse al imperio de sus normas, sea porque, no queriendo abjurar de sus principios, no se aprovechan de éllas, se hallan indefectiblemente condenados a vivir a contrapelo.

A contrapelo, así es como vivió Céline. A contrapelo, sí, de este modo le hemos conocido como hombre, como escritor y como personaje, pues las tres cosas fue. El apasionado autor del Semmelweiss, biografía del descubridor de la fiebre puerperal, el joven y sensible doctor que recorriera Francia entera para advertir de los peligros de la tuberculosis y difundir su prevención, el activo médico de la Sociedad de Naciones, el galeno de dispensario de arrabal, tan sólo en contadas ocasiones halló la serenidad que su grande y fino espíritu merecía. Era en compañía de Lucette, del adorable Bébert, de los otros animales y de los enfermos pobres que acudieran diariamente a su casa hasta el día mismo de su muerte -no sabría decir con quién lo era en mayor medida- cuándo aparecía el cuarto Céline, seguramente el más desconocido de todos, pero tan real y auténtico como los otros tres. A contrapelo vivió y a contrapelo murió, porque fue un hombre único y porque fue el único que en su tiempo se atrevió a poner su voz, poéticamente descarnada, al servicio de un ideal tan sencillo como incomprendido por sus coetáneos: la libertad del individuo. Una libertad basada en el receloso desprecio de las grandes corrientes ideológicas, todo ello en el siglo, precisamente, en el que éstas alcanzaron su apogeo. Una libertad que consiste exactamente en dejar que cada cual la administre como le plazca, hipotecándola o incluso destruyéndola, llegado el caso. Se bien que esta tesis encontrará muchos opositores, pues Céline, el hombre, el escritor, el personaje, víctima de sus propias palabras, pareció regocijarse en el hecho de no ser comprendido. Mucho de lo que a bastantes de sus contemporáneos les fue, y todavía les es hoy, con toda generosidad disculpado, a Céline no se le perdona. O, mejor dicho, no se le perdona pública, oficialmente, pues sólo basta con echar una ojeada a los estadillos de ventas de la editoriales para comprobar que todavía hoy se venden por millares los ejemplares de sus obras. Y no se le perdona por haber tenido el atrevimiento de cometer un error, si se quiere, más de un error.

Vamos a ello, cuanto antes terminemos, mejor para la literatura universal. Si, es cierto, un error que Denöel y Céline, al alimón, cometieron por cuádruple partida: Mea Culpa (1936), Bagatelles pour une massacre (1937), L'École de cadavres (1938), Les beaux draps (1941). Escoja usted con cuál de estos cuatro libelos pseudo-políticos desea dar la razón a quienes le recomendaron no leer jamás al gran antisemita, al que usaba despectivamente el calificativo de youtre, al coco de todos los hebreos de ayer, de hoy y de mañana. Eso sí, léalo, por favor, pues la mayoría de quienes mencionan con desenvoltura los cuatro famosos panfletos no se han tomado siquiera la molestia de leerlos, y mucho menos de hacerlo en su contexto. Coincidirá, no obstante, conmigo en que a estos últimos debe afeárseles su coducta por el hecho de remitirse a textos cuyo tenor literal se está citando parcialmente o se desconoce por completo. Cuando los haya terminado de leer, usted habrá simplemente convertido en tesis lo que no era hasta entonces sino hipótesis, y se habrá convencido de que todo lo que se pueda decir al respecto del odio que Céline sentía en aquél momento hacia el sionismo y lo israelita es verdad. Por cierto, casi no quería mencionarlo, ya puestos no dejen de leer un quinto panfleto titulado À l'agité du bocal (1948), en el que nuestro autor pone a Sartre en el sitio que le corresponde. De todos modos, cuando pasen por las páginas de los famosos libelos, tarea por otra parte harto ingrata, sepan que lo harán en contra de la voluntad del autor y de su propia esposa, quien siempre ha manifestado su oposición a que sean reeditados. Sabio y prudente proceder que persigue el doble obejtivo de no contaminar más la imagen de su difunto esposo, quien se arrepintió toda su vida de su publicación, algo que, en cualquier caso, no le eximió en absoluto de la responsabilidad de haberlo hecho (miren lo que le ocurrió a él y, peor aún, lo que le pasó a su editor Denoël), y al mismo tiempo de evitar que se levanten nuevas y estériles disputas en torno a su contenido. De todos modos, nadie en su sano juicio lo haría, si no fuese para hacer ganar dinero a los miles de asociaciones y grupos que se le echarían encima para llevarle a los tribunales. ¿Se preguntan cómo los he leído yo? Muy sencillo, busquen la respuesta en la pantalla a la que están ahora mismo mirando. El ideal de libertad celiniano adopta nuevas e inesperadas formas.

¿Hemos cerrado, feliz o infelizmente, este capítulo de la vida de Céline? Me congratulo por ello. Así podremos pasar al siguiente y más importante, el conjunto de su vida y de su obra, donde encontraremos más vitriolo, eso sí, repartido en distintas dosis y aplicado a casi todos quienes le rodean, tanto a los que se lo esperaban como a los que no se lo esperaban, a los que lo merecían como a aquéllos que no lo merecían tanto. Aplicado tantas veces, incluso, a si mismo. Al margen de las frustaciones personales, de los complejos no resueltos, de los rencores larvados -y gracias también a ellos- es en este contexto dónde la inteligencia que Céline tiene de los hombres y de las cosas, unida a la lucidez de su genio impar y extraordinario, hace nacer al maestro de la literatura contemporánea. Con formas que se encuentran a caballo entre lo convencional y lo novísimo, nace en el Viaje al fondo de la noche (1932) y continúa en Muerte a crédito (1936), las dos únicas novelas que parecen merecer el juicio favorable de Vargas Llosa, a quien casi había olvidado. Se desarrolla y perfecciona a partir de Guignol's Band (1944), creando en el plano formal algo distinto a la novela que hasta entonces conocimos y culmina en Fantasía para otra ocasión (1952), momento a partir del cual la vida y la literatura se entremezclan de tal modo que definitivamente Céline pasa a ser autor y protagonista del resto de su obra. Aquí es, precisamente, donde se sitúa mi discrepancia, discúlpeseme el atrevimiento, con el egregio académico.

Se ha convertido casi en un lugar común el decir que no cabe sino una sóla postura ante Céline: o se es celiniano o se es anticeliniano. Ello sucede como cosecuencia, principalmente, de la posición convencional en que se encuentren aquéllos que decidan enfrentarse por primera vez a sus textos. La lectura de Céline a partir de Guignol's Band exige haber llegado a un punto de madurez, de insensatez -o de ambas cosas- en el que la necesidad de transfundirse literatura en forma de texto celiniano puede con cualquier remilgo, contención o prejuicio. Si se comienza por el Viaje... o por Muerte a crédito, todo va razonablemente bien. Uno puede continuar o abandonar, pero rara vez quedará indeciso, atascado en una situación intermedia. Si, por contra, se escoge cualquiera de las otras entradas, Céline le recibirá a uno a bofetadas, corriendo así el grave riesgo de odiarle para toda la vida. He de decir que quienes lo intenten, al menos le tendrán inquina con cierto conocimiento de causa y no de oídas, insisto, como tanta otra gente se la tuvo a lo largo de su vida y todavía hoy se la tiene. También sus panfletos, ya citados, han tenido que ver con la aparición de este clivage celiniano.

Privilegio quizá de quienes habitan el empíreo de las letras, Vargas Llosa demuestra que se puede convivir con una sóla parte de Céline, pues confiesa admirar al Céline de la primera época (léase, el Viaje... y Muerte a crédito), manifestando un olímpico desprecio respecto a la segunda. He aquí mi primera diferencia o, mejor dicho, la constatación de que el escritor peruano sostiene una postura que se me antoja hasta cierto punto incongruente. En todo caso... ¡bravo por Vargas Llosa! ¡Ha leído todo Céline, ha hecho el viaje "de un Céline al otro", y eso ya es infrecuente! Por su parte, el pedestre lector no parece proceder, sin embargo, del mismo modo. A pesar de no tratarse, por desgracia, de un libro recomendado por los estamentos oficiales al objeto de perfeccionar a los estudiantes en el dominio de las letras francesas, el Viaje... ha vendido (sólo en la colección "Folio" de la editorial Gallimard) cerca de un millon y medio de ejemplares, muy lejos del resto de su obra y de la mayoría de autores franceses. De modo que, si bien estamos ante una novela que todavía se abre paso con dificultad en las aulas como modelo de preceptiva literaria, el Viaje... parece atraer la atención de los lectores... Pero diríase que no les estimula lo suficiente como para acercarse al resto de su obra. Que el lector común y corriente tenga el Viaje... en sus estanterías y no lo acompañe con otro libro de Céline me parece que entra dentro de lo normal. Llegar al Céline que abofetea, disparatado, con cada una de sus frases al lector para ofrecer en la siguiente los más bellos versos hablados-escritos que se hayan puesto en letras de imprenta -es decir, llegar del todo a Céline- requiere, al igual que con algunas adicciones, grandes dosis de irresponsabilidad y una cierta disposición al sufrimiento. En suma, que Mario Vargas Llosa haya leído a Céline y que gran parte de su obra no le guste, puede parecerme chocante, pero en último extremo me importa... tanto como pueda importarle a él.

Algunas lecturas de empaque -como sucede con ciertas empresas sentimentales en la vida, pues eso y no otra cosa es la gran literatura- requieren, más allá de la predisposición al goce, una cierta aproximación contextual. Así sucede en el caso de Céline. Como el Céline-autor se confunde con el Céline-personaje es preciso conocer lo principal de su biografía para leer sus novelas y es indispensable leer sus novelas para hacer el intento de saber quien era Céline. Aunque las traducciones al castellano -tarea de magnitud inconmensurable- son excelentes, no se termina de entender a Céline si no se lee en su lengua original, pues si bien los vocablos cultos pueden encontrar encaje e nuestro diccionario, los giros coloquiales y, me atrevería a decir, el ritmo coloquial, característicos de la obra de Céline presentan enormes dificultades a la hora de ser vertidos a otra lengua. Además, resulta indispensable conocer un poco la historia de Francia y de Europa en la primera mitad del siglo XX. Finalmente, no menos importante es tener una cierta idea de cómo pensaban los franceses contemporáneos de Céline, para comprender tanto lo que Céline piensa de si mismo como lo que él piensa de los que no piensan como él. Así he llegado yo, modestamente, a tener mi propia experiencia de lectura con Céline, lo que no excluye que cada uno pueda hacerlo a partir de bases intelectuales, culturales y lingüísticas diferentes a las que propongo.

A la luz de esa experiencia, he intentado poner por escrito algunas consideraciones sobre la dimensión literaria del controvertido autor que serán el objeto de una nueva entrada de Acotaciones. En espera del momento de ampliarlas, permítanme los amables lectores que les anime a introducir sus comentarios siempre que éstos permanezcan, como observara uno de nuestros grandes autores de antaño, dentro del marco de la circunspección y el buen gusto.

© Enrique Martínez, 2009

jueves, 16 de abril de 2009

BREVES: ASIMOV, BIALOT, BOILEAU-NARCEJAC, CARCO, CÉLINE, CONAN-DOYLE, PHILIP K. DICK, GOODMAN, GUITRY, KOSTOVA, LOUBIÈRE, MILLAR, ROUX

Isaac Asimov, Cuentos completos (I y II), Ediciones B, Barcelona, 2005

Es imposible descubrir ahora a uno de los maestros del relato corto del género de la ciencia ficción. Con él, es posible aprender, pensar, reír y hasta llorar. Ediciones B ofrece en dos tomos la mayor parte de los relatos breves de Asimov a un precio reducido. Uno de los tomos lo compré en Ciudad de Méjico y otro en Madrid. A pesar de estar ambos impresos en España, la calidad del papel y de la impresión del ejemplar mejicano es mucho peor que la del español.

Joseph Bialot, Route Story, Gallimard (Folio Policier), Paris, 2006

Como su propio nombre indica, un relato policíaco que se ambienta en las carreteras europeas. El protagonista, un chaval que perdió a su padre, camionero, en un accidente de tráfico, llega a la fibra sensible del lector. Los personajes están bien dibujados y la acción mantiene el interés hasta la última página. Para los aficionados a la carretera.

Joseph Bialot, Babel-Ville, Gallimard (Folio Policier), Paris, 2002

Una serie de extraños asesinatos tiene lugar en Belleville, a las afueras de París. El protagonista nos conduce por sus rincones más oscuros, asediado por los fantasmas de su pasado. ¿Quién es el sanguinario asesino que tiene aterrorizadas a las mujeres maduras de la ciudad? ¿Cuál es su oscuro móvil? Muy entretenida.

Boileau-Narcejac, Maléfices, Denoël (Folio Policier), Paris, 2001

Soporífera. Novela del año 1961 que se cuenta entre lo peor de estos grandes autores.

Francis Carco, Brumes, Albin Michel (Livre de Poche), Paris, 1955

En su día pudo sorprender por el personal naturalismo con que Carco trata sus personajes. Sin embargo, está por debajo de otras obras del autor como "L'homme traqué".

Céline, D'un chatêau l'autre, Gallimard, Paris, 1973

Cruda y descarnada sátira de quienes quisieron encarnar a Francia, negándose a aceptarla tal como es. Céline lo sabe y lo proclama. Deliberadamente escrita para amar u odiar al genio. En todo caso, eslabón necesario para completar la comprensión del personaje-hombre y de su obra-vida. Ha de leerse cada vez que sea preciso.

Céline, Nord, Gallimard, Paris, 2001

Apocalíptica narración del derrumbe de un mundo, de una época. Céline se muestra en blanco y negro pero, como siempre, vivo. En su relato todo es lo mismo y distinto a un tiempo. ¿Cómo es posible? La explicación es sencilla. Cada frase es un verso en el conjunto de la obra de Céline, el gran poema del siglo XX.

Arthur Conan-Doyle, Sherlock Holmes. The Complete Novels and Stories. Volume I, Bantam, New York, 2003

En este pequeño y económico volumen de más de mil páginas se concentra la primera mitad de los relatos sobre el inmortal detective. Incluye A Study in Scarlet, The Sign of Four, los relatos publicados bajo los títulos de Adventures of Sherlock Holmes, Memoirs of Sherlock Holmes y The return of Sherlock Holmes. Cuenta con una breve introducción de Loren Estleman. Buen compañero de viajes.

Philip K. Dick, La bulle cassée, 10/18, Paris, 2005

El famoso autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? se presenta aquí en una de sus excursiones fuera del género de la ciencia ficción. Los años cincuenta, el rock'n'roll y las bandas de muchachos a lo Grease son aquí los protagonistas. Los personajes no terminan de estar perfilados y ello perjudica notablemente al relato. Llega a aburrir.

David Goodman, El poderío naval español. Historia de la armada española del siglo XVII, Península, Barcelona, 2001

Trabajo científico destinado principalmente al público universitario, el libro de Goodman aborda una época interesante y relativamente desconocida la historia de la marina española, desde un ángulo diferente al de las grandes batallas y los grandes viajeros. La siempre difícil financiación de las flotas, la carencia de materiales de construcción y los problemas de personal, contribuirán a que el siglo XVII marque el inicio del declive de nuestro poderío naval.

Sacha Guitry, Mémoires d'un tricheur, Gallimard, Paris, 2006

Divertidísimo. Verdadera novela picaresca francesa del siglo XX. El consagrado autor teatral y cineasta muestra en este relato breve su maestría en la narración. No debe dejarse de leer.

Elizabeth Kostova, La historiadora, Ediciones Urano, Barcelona, 2005

Reescritura del Drácula de Bram Stoker en la que se mezcla historia y ficción, algo, parece ser, muy del gusto del lector actual. Le sobra pseudo-erudición y le falta, por momentos, dinamismo. En todo caso, cumple su objetivo de mantener la atención del lector hasta el final. Para leer de un tirón.

Sophie Loubière, Dernier parking avant la plage, Gallimard (Folio Policier), Paris, 2004

La autora aborda la cuestión de la desaparición de niños, tan de actualidad, a través de una narración correcta que adolece, no obstante, de una trama argumental algo traída de los pelos. Lectura que se olvida con facilidad.

Margaret Millar, Sólo monstruos, Compañía Impresora Argentina (El Séptimo Círculo), Buenos Aires, 1971

Trama policíaca ambientada en los años cincuenta en un rancho de California, cerca de San Diego. Lo más interesante es que el libro describe cómo ya en esa época se verificaba el fenómeno migratorio estacional de mejicanos que pasaban a los Estados Unidos para las labores de recolección. El argumento es sencillo, pero la historia está bien contada.

Christian Roux, Braquages, Gallimard (Folio Policier), Paris, 2004

Entretenida, trepidante y, hasta cierto punto, original. Una historia en la que se mezclan personajes marginales con policías corruptos y grupos neonazis. En medio de todo ello, un inspector de policía en el corte de un Maigret que estuviera metido dentro de una novela negra. Puestos ambos al día, evidentemente.


jueves, 10 de enero de 2008

RESSEMBLANCES: CÉLINE ET LÉON BLOY

(...) La lecture de Céline m’amenera tout directement à celle de Léon Bloy. Un demi siècle les sépare, mais leur vie -et par conséquent, leur oeuvre- présente de nombreuses ressemblances que Céline ne laisse pas de remarquer pendant son séjour danois. Tous deux passèrent une partie de leur vie hors de la France. Tous deux vécurent au Danemark: étrange destination pour des hommes qui haïssaient le froid. Tous deux furent pressés par des soucis économiques desquels ils se plaignaient assez souvent. Tous deux écrivirent des pages décharnées sur la misère intellectuelle des ses contemporains. Tous deux furent ignorés, sinon ouvertement déclarés proscrits par l’intellectualité de l’époque, à peu d'exceptions près. Tous deux exhibaient son mépris envers la mollesse des penseurs et écrivains qui ne leur plaisaient pas. Tous deux confessaient sa profonde francité ainsi que son attachement à une France tout à fait différente à celle qu’ils durent vivre. Tous deux furent des épaves à la dérive provenant de ce naufrage de l’humanité que toute guerre constitue. Tous deux furent, toute compte faite, d'illustres répresentants d'une espèce en extinction. Celle des écrivains full time, celle des hommes pour qui n'existe que la littérature, vivre et écrire n'étant pour eux qu'une seule et unique chose.

Si Léon Bloy montre partout son visage de catholique orthodoxe, voire à porter son zèle religieux jusqu’au seuil de l’illumination (affaire de La Salette), Louis Ferdinand ne fut pas, pour sa part, un agnostique selon l’usage. Du moins qu’il fut de son vivant un homme respectueux avec l’Église, certes imbu d’un pessimisme anthropologique très marqué, mais capable quand même d’entretenir des rapports affectueux avec un pasteur évangélique, M. Löchen. Une autre concomitance entre les deux personnages : l’hiérarchie catholique s’avérerait toujours distante, voire hostile, par rapport à Bloy et son œuvre, quitte à lui nier toute valeur comme témoin exceptionnel d’une époque où la foi chrétienne se vit forcée à subir les plus dures épreuves; à son tour, la France officielle de l’après guerre va soumettre Céline à un harcèlement inouï qui ne devra s’arrêter, bien que tardivement et de façon très limitée, qu’à la
veille de sa mort. Des écrivains maudits ? Je ne dirais pas autant, toutefois ils ont fait partie d’une (ou plutôt deux) générations dont les hommes de lettres en vogue ne vont reconnaître les mérites et l’originalité de ces deux plumes. Toutefois, le climat que l'on retrouve envers Céline est beaucoup plus favorable que chez Bloy, car une partie du monde littéraire de l’entre-deux-guerres ainsi que un certain nombre de vedettes de l'après-Libération vont reconnaître, quoique de façon très timide et parfois pas trop sincère sinon ouvertement intéressée, le mérite et le succès du Voyage.

Et que dire de l’usage de la langue chez ceux deux poètes de l’inconformisme, véritables forçats de la littérature, maîtres du libelle, victimes de leur propre génialité! L’un, Bloy, désobligeant par nature, utilise la parole comme un moyen de combattre ses faiblesses, de chasser les fantômes qui l’entourent : la misère, la solitude, l’oubli… L’autre, Céline, en fait autant, tout en renouvelant le roman par son style direct, dépourvu de toute affectation, moyennant ses phrases entrecoupées, on dirait même farcies, ses tournures à mi-chemin entre le langage colloquial et les expressions du plus mauvais goût… dépassant toujours les bornes de la narration conventionnelle pour franchir la ligne que sépare l’homme tel qu’il est vu par les autres (et par lui même) de l’homme tel qu’il est.
(Extraits du Carnet de notes 2008 de Altés).

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