domingo, 10 de mayo de 2009

JULIO VERNE - AVENTURAS DE TRES RUSOS Y TRES INGLESES EN EL ÁFRICA AUSTRAL (1872)


Sin obedecer a orden o sistema alguno, tan sólo motivado por su relectura reciente, me decido a que ésta sea la primera obra del genial Julio Verne que someto a mis "Acotaciones". Si me hubiera dejado llevar exclusivamente por mi admiración a la obra del egregio maestro de la aventura nunca habría elegido "Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África austral" (edición príncipe, Hetzel, Paris, 1872) como apertura de una hipotética serie de entradas sobre los Viajes Extraordinarios. Me habría inclinado mas bien por el drama épico que subyace a un "Miguel Strogoff", por la doble e irrepetible epopeya que forman "Veinte mil leguas de viaje submarino" y "La isla misteriosa" o por la perfección en el relato alcanzada en "La vuelta al mundo en ochenta días". ¿Quién sabe?, acaso me habría podido decantar por el sentido de la fantasía propio de "Viaje al centro de la tierra", o puede ser que, otorgando primacía a otros valores, habría terminado por decidirme en favor del núcleo de humanidad que encierran cualquiera de estas otras dos obras maestras: "Los hijos del capitán Grant" y "Un capitán de quince años". Pero no..., no ha sido así, los azares del destino, o quizá el capricho de un cronista insomne, son los que han determinado que sea esta novela, cuyo desarrollo se muestra por momentos tedioso y cuyos personajes aparecen dibujados con perfiles difusos, a la que correspondiese el honor de inaugurar el mencionado serial.

El argumento es relativamente simple. Nos encontramos en vísperas del estallido la guerra de Crimea, e Inglaterra y Rusia, dos de las potencias que intervendrán en el conflicto, deciden organizar una expedición conjunta que llevará a seis expertos, acompañados por un guía bosquimano, al África austral, con el fin de medir el arco meridiano a la altura del desierto del Kalahari y contribuir así a la fijación del metro patrón universal. A través de descripciones ciertamente someras y bastante pobres desde el punto de vista literario -algo, es preciso decirlo, no muy usual en Verne- el visionario escritor pretende mostrar al lector las tierras que riega el Zambeze y sus desiertos aledaños, añadiéndole algo de acción y, siguiendo su costumbre, realizando cuidadosas descripciones de las tierras que describe.

En primer lugar, es preciso señalar que la repetición de pasajes relativos a las mediciones del meridiano termina por aburrir al lector. Entretendrá probablemente a los apasionados de la geodesia, pero se le hará pesado al resto. En segundo término, el recurso literario consistente en convertir en antagonistas a dos de los personajes al objeto de mantener una cierta tensión dramática, utilizado por Verne en varias obras, fracasa en esta novela de manera estrepitosa, pues en el caso que nos ocupa se traduce en una maniobra en exceso artificiosa. La excusa se presenta con motivo del desencadenamiento de la guerra de Crimea, a raíz de cuyo conocimiento por los periódicos el jefe del equipo inglés (coronel Everest) se enfrenta con el del equipo ruso (Dr. Strux), invistiéndose ambos a partir de entonces de un sentido de la dignidad nacional rayano, dada la situación y el lugar en que se encuentran, en el más completo ridículo. Es cierto que puede entreverse aquí cierta intención antibelicista por parte del autor, posición que encuentra apoyo en la actitud amistosa y razonable de los dos miembros más jóvenes del equipo (el inglés Emery y el ruso Zorn).

Del conjunto de los cuadros secundarios que componen la novela realmente vale la pena destacar tan sólo algunos episodios cinegéticos, así como la divertida escena de la persecución del babuino que roba el cuaderno de mediciones al estúpido calculador ruso Pallander, quien representa el arquetipo bufonesco dentro del relato. Sin embargo, entre el elenco de personajes merece una mención extraordinaria el salvaje Mokum, cuya inteligencia y sagacidad pondera Verne repetidamente a lo largo de la novela. En efecto, el cazador bosquimano demuestra conocer mejor que nadie el terreno que pisa (de acuerdo con la ficción, habría acompañado al misionero y explorador escocés David Livingstone durante sus primeras expediciones por la región y lo haría en las venideras). Tiene soluciones para casi todo (recuérdese como resuelve la disputa entre los dos cargantes sabios al respecto de por dónde ha de trazarse la triangulación cuando topan con una selva) y contribuye de manera directa a librar a la expedición de innumerables peligros (mata al elefante, acuchilla al babuino, identifica al espía makololo, recurre al expediente de dar de comer hormigas a los hambrientos expedicionarios durante el sitio del cerro). Además Verne nos lo describe como ventajista y algo socarrón (no olvidemos el episodio de la apuesta con John Murray sobre la muerte del rinoceronte con un único disparo). Por otro lado, la oposición salvaje bueno / salvaje malo, es presentada de forma directa y sin comedimiento alguno. Mokum y, en general, los nómadas bosquimanos aparecen como seres pacíficos y hospitalarios, mientras que los makololos, sus enemigos jurados, son taimados y sanguinarios, por lo que merecen una muerte aún menos honrosa que la de las fieras (son ametrallados en masa durante el sitio final). El guía bosquimano se muestra siempre diestro en el manejo de todo tipo de armas, incluidas las automáticas, así como reputado perito en el rastreo de pistas cuando de perseguir una pieza se trata.

En clara oposición a aquél, el cazador blanco (aquí el inglés John Murray) es retratado como un carnicero sin escrúpulos (lo mismo se vale de munición de grueso calibre que utiliza balas explosivas).
Además, se muestra poco preciso, no obstante la fama que le precede (en un tiro crucial frente a varios leones que cierran el paso, solo consigue herir a uno en una pata), y se está obsesionado con la idea de matar animales (véase el gran número de disparos que realiza sobre el rinoceronte al ser retado por el sagaz bosquimano, cada uno de ellos seguido de una apuesta mayor). Finalmente, contra la costumbre del autor nantés, destaca como curiosidad el hecho de que no aparezca ningún francés entre los personajes que toman parte en la acción. Tan sólo se hace referencia, eso sí encomiástica, a los trabajos geodésicos precedentes realizados por astrónomos franceses en la carrera por encontrar la medida exacta del meridiano.

"Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África Austral" es, en suma, uno de los Viajes Extraordinarios que en menor medida hace honor a dicho apelativo, aunque no deja de aportar referencias útiles al lector contemporáneo. Por ejemplo, resulta conveniente releer el pasaje en el que Mokum hace arder la selva al objeto de entender que en el mundo salvaje pueden darse comportamientos alejados de la norma en el mundo desarrollado, sin que por ello el equilibrio ecológico corra necesariamente peligro. El conservacionista de hoy se llevaría las manos a la cabeza con el proceder del indígena, quien no mide su acción en términos del hipotético impacto de la misma sobre el ambiente global, ni se muestra en absoluto preocupado por la preservación de los seres vivos y de su hábitat, como hoy lo harían quienes dictan rigurosas normas para protegerlos, contribuyendo al solaz y recreo de las razas del mundo desarrollado. El negro bosquimano tan sólo utiliza la tierra para vivir y comer de élla. Siendo pocos, entonces como ahora, los hombres que habitan esas regiones, cabe pensar que quizá puedan permitirse de vez en cuando el uso del ancestral procedimiento de la quema de la floresta. Una técnica, por cierto, más propia de grupos sedentarios que de comunidades nómadas, como aquélla a la que pertenece el simpático "hombre de los bosques" pintado por Verne, auténtico protagonista de la obra y digno de formar parte de la galería de personajes vernianos inolvidables.

© Acotaciones, 2009

jueves, 7 de mayo de 2009

lunes, 4 de mayo de 2009

EXTRAVAGANCIAS DE UN LUNÁTICO: HARRY STEPHEN KEELER

Trabajando en una próxima recopilación de los dos pulps intemporales -en todo el sentido de la palabra- dentro la literatura popular española, "Círculo del Crimen" de Fórum y "Club del Misterio" de Bruguera, me encuentro con la que, según todas las informaciones, es hasta el presente la última edición en castellano de una obra de Harry Stephen Keeler. Se trata de "La cara del hombre de Saturno" ("The Face of the man of Saturn"), una de las extravagancias del algo lunático -¿y también genial?- autor norteamericano. Mi conocimiento de Keeler era limitado y muy lejano en el tiempo, pues se remontaba a la lectura de "Las gafas del señor Cagliostro" (editorial Reus) hace ahora aproximadamente veinte años. Merced a ciertas excursiones por la Red sabía, no obstante, que Keeler llegó a ser un autor muy vendido en su país de origen durante sus primeros años para constituirse en escritor casi marginal a lo largo de los últimos, aunque precisamente en España contara siempre con numerosos aficionados y seguidores. A quien desee saber más sobre Keeler, su vida, su obra y sus particular forma de construir una narración, le aconsejo visite la página de Alberto "Sobórnez" Oyarbide y, si conoce el inglés, no deje de leer el artículo de Leonard Pierce "Madness in his Method. The Unparalleled Universe of Harry Stephen Keeler", texto documentado, ameno y, sobre todo, muy bien escrito.

"La cara del hombre de Saturno" es ciertamente una novela detectivesca aderezada con las personales pinceladas de este singular escritor. Siguiendo su costumbre, las tramas se suceden y entremezclan de manera abrupta, confundiendo a veces al desconcertado lector, pero nunca defraudándole. Esta novela constituye además un ejemplo de metanarración, ya que enjareta en sus páginas (capítulo 12) el relato titulado "La extraña historia del dólar de John Jones", cuya base argumental reside en el disparatado cálculo de lo
que rendiría en el año 2935 un dólar invertido mil años antes, al tres por ciento de interés anual. Dejando de un lado las críticas que quepa hacer a su particular modo de contar una historia, se me antoja que es posible entender la novela como un ejemplo genial de hasta qué extremos se puede llegar en el género detectivesco cuando el autor otorga más importancia a la complejidad de la trama que a la descripción de los ambientes o de la naturaleza física o moral de los personajes. Por otro lado, resulta tentador establecer un análisis comparado de la complejidad como rasgo propio de la literatura de Keeler respecto a ese mismo elemento en la obra de Jacques Futrelle o de S.S. Van Dine . En efecto, como resultado de ello puede llegar a pensarse que las dotes de observación y lo intrincado de los razonamientos de un Van Dusen ("la máquina pensante") o el cerebro ordenado y sutil de un Philo Vance se ven hasta cierto punto caricaturizados en "La cara del hombre de Saturno". Caricaturizado digo, pues la desbordante intuición del periodista Jimmie Kentland se muestra tanto o más eficaz que los alambicados procedimientos de los dos ilustres detectives mencionados, ya que es capaz de moverse como pez en el agua en el disparatado mundo "keeleriano". Un mundo en el que acontecimientos que se verifican ene el Chicago contemporáneo se concatenan con hechos acaecidos años atrás en el África francesa, todo ello oportunamente salpimentado con historias de espionaje, asesinatos, chantajes, robos más o menos audaces y repentinas muertes, que terminan por desembocar en un resultado coherente aunque difícilmente previsible por el lector. Un lector al que poco importa ya quien sea el culpable, pues su gozo está en saborear la frenética sucesión de "sketches" que la obra de Keeler ofrece a cada paso.

¿Obra de un autor extravagante o de un loco genial? Desisto de hacerme esta pregunta, que muchos aficionados plantean. Me conformo con disfrutar del nuevo y, a buen seguro, gratificante reto de conseguir otra novela de Keeler si olvidar alguna de las películas que se rodaron basándose en sus relatos, como "Las noches de Sing Sing". Desideratum: ansío que desde El Desván se nos ilustre pronto sobre este particular. Ya sabe, queda usted emplazado Abuelito...


(Todas las imágenes excepto la de la edición de Fórum han sido tomadas de la web de la Harry Stephen Keeler Society)


© Acotaciones, 2009

sábado, 2 de mayo de 2009

BIBLIOTECA ORO (ESPAÑA - SEGUNDA SERIE, AMARILLA Y AZUL 267-281)

Números 267 al 281

267 W.A./R.F. Barber/Schabelitz - El dibujo acusa al asesino

268 Jud Keller - Grogan y su estrella (AZ)

269 Rex Stout - Sobre mi cadaver

270 Agatha Christie - Pleamares dela vida

271 Jose Da Natividade Gaspar - El misterio de los trece condiscípulos

272 Erle Stanley Gardner - El caso de los dados falsos

273 C.S. Roadway - La casa de la viuda

274 Helen McCloy - La cena de las verdades

275 Sidney Marshall - La dama del coche azul

276 Anne Hocking - Las víctimas juegan

277 Peter Field - Tres forajidos (AZ)

278 J. Lartsinim - El caso de la grafología

279 Amelia Reynolds Long - El misterioso Dr. Devereux

280 Rex Stout - Hebras rojas

281 Jerome Barry - La cuna del gato


















BIBLIOTECA ORO (ESPAÑA - SEGUNDA SERIE, AMARILLA Y AZUL 222-236)

Números 222 al 236


222 C.T. Stoneham - Kaspa, el hombre león (AZ)

223 Erle Stanley Gardner - El caso del retrato falso

224 Rex Stout - La dama del velo

225 Jackson Gregory - El enemigo del sol (AZ)

226 A.A. Fair - Doble o sencillo

227 Clem Yore - Hielo y oro (AZ)

228 Victor Gunn - El inspector Ironsides

229 Max Brand - El secreto del Dr. Kildare

230 Jackson Gregory - Hombres de la montaña (AZ)

231 Erle Stanley Gardner - El fiscal desconcertado

232 Agatha Christie - Trayectoria de boomerang

233 - Mckinlay Kantor - El vagabundo (AZ)

234 A.D. Wintle - La emancipación de Ambrosio

235 Ngaio Marsh - El crimen del ascensor

236 Tex Holt - Rurales de California (AZ)
















BIBLIOTECA ORO (ESPAÑA - SEGUNDA SERIE, AMARILLA Y AZUL 207-221)

Números 207 al 221


207 Wyndham Martyn - La pista de Trent

208 H.A. Livingston Hahn - Hastings y Doug, aventureros (AZ)

209 Max Dalman - La sepultura perdida

210 H. Ashbrook - La cebolla púrpura

211 J.J. Connington - Los 21 indicios

212 J.V. Travesí - Bhâ (AZ)

213 Frank Gruber - Simon Lash detective particular

214 A.A. Fair - La coquetería de Bertha Cool

215 H.A. Livingston Hahn - El Dr. Sibelius (AZ)

216 Augusto de Angelis - El misterio de Cinnecittà

217 George Harmon Coxe - Y la muerte no esperó

218 Agatha Christie - El hombre del traje color castaño

219 David Hume - El coleccionista de criminales

220 James B. Hendrix - Oro del diablo (AZ)

221 Freeman Wills Crofts - La fórmula secreta