
Comienzo por decir que estamos ante una colección que puede ser calificada de "transición", ya que pretendió ofrecer a los lectores de la época una muestra de los clásicos eternos de la aventura en un formato renovado, diferente al que desde 1934 venía caracterizando a la primera serie de la "Colección Molino", sin entrar de lleno todavía en el formato de bolsillo, que será el que domine el panorama editorial desde finales de los cincuenta en adelante y en el que Molino ya había hecho su entrada a través de la magnífica "Selecciones de la Biblioteca Oro". Aquélla se presentaba en un atractivo cuarto menor, con cubierta ilustrada sobre fondo rojo, en tapas tanto duras como blandas. Las tapas duras serían abandonadas hacia la mitad de la colección, coincidiendo con el retorno de Molino a España, para ofrecerse a partir de entonces tan sólo con tapas blandas.
Tras la guerra, los gustos del público juvenil, al que mayoritariamente fue dirigida la "Colección Molino", iban a cambiar. El hiato que supuso el conflicto se extendió en términos generacionales hasta los cincuenta, en que se manfiestan los primeros síntomas de un crecimiento de la tasa de natalidad, precursores del llamado "baby boom". Así pues, entre muchos de los lectores adolescentes de la primera y de la segunda serie mediará más de una década. De este modo, era preciso dar respuesta a la demanda de esta nueva cohorte de lectores de postguerra, ávidos -como los de la generación

En ese afán de renovación, la segunda serie adoptará un formato de octavo mayor "cuadrado", con tapas en cartoné blando, también ilustradas, y adornadas con el color rojo característico de la colección, aunque ahora aderezado con un diseño geométrico formado por bandas horizontales de color gris. Asimismo, una edición especial de la colección se ofreció en tapas duras de tela, destinado probablemente a un público más preocupado que el juvenil por la circunspección en el aspecto exterior de su biblioteca. El interior, al igual que en su predecesora, se encuentra profusamente ilustrado, de la mano tanto de antiguos valores del lápiz patrio (Freixas, Bocquet, Riera Rojas) como de nuevos valores de la plumilla (Coll, Moreno, Lozano Olivares). Obviamente, la nueva colección ofrecerá los textos repartidos en un número mayor de páginas, manteniendo siempre el formato a doble columna.
Enmarcada, no obstante, dentro de una cierta continuidad con la "Colección Molino" original, la segunda serie no se limita a operar meros cambios cosméticos respecto a su predecesora. Así, Molino ofrecía al lector muchos de los títulos pertenecientes a su fondo editorial que no habían sido publicados en España. En efecto, algunos de ellos habían aparecido en la versión Argentina de la "Colección Molino" y otros simplemente no habían visto la luz desde hacía casi veinte años, cuando todavía no estaban libres de derechos y, consecuentemente, sólo podían ser publicados por las editoriales titulares de los mismos. A diferencia de la primera serie, basada principalmente en Verne (primera mitad) y Karl May (segunda mitad), pero también nutrida en buen número por obras de otros autores, la nueva colección se apoyara de manera exclusiva en las obras de ambos hasta bien mediada la colección (con la excepción de dos narraciones insulares escritas por dos famosos Robertos: "La isla de Coral", de Roberto M. Ballantyne y "La isla del tesoro", de

Fechado el primer número en 1952 ("De la tierra a la Luna", de Verne), la editorial de la calle Urgel tomará en 1957 la decisión de cerrar la colección, coincidiendo con la publicación de su número 48 ("El continente misterioso", de Salgari). ¿Cuáles pudieron ser las razones que llevaron a esta decisión cuando, con seguridad, todavía quedaba bastante material para extender durante

Por un lado, heredera de la experiencia y el abolengo dentro del sector de la mítica editorial "Gato Negro", Bruguera se postulaba ya como el nuevo líder del mercado infantil y juvenil, con su batería de escritores y artistas trab

Por otro lado, en una línea ciertamente más conservadora que la de Bruguera, comenzaron a surgir nuevas iniciativas editoriales dispuestas a lanzar colecciones consagradas a los maestros clásicos de la aventura (ahora libres de derechos), como Mateu, con su "Colección Juvenil Cadete", las argentinas TOR y Difusión (distribuídas con mayor o menor regularidad en España) o Apostolado de la Prensa, entre otras. Al mismo tiempo, editoriales que apenas habían sobrevivido a la guerra con algunas reediciones de sus fondos, como Sopena, iniciarían pronto una nueva andadura, adscribiéndose de manera progresiva al novedoso formato de bolsillo. Es decir, los nuevos tiempos exigían nuevos productos, algo que era incompatible con el mantenimiento de colecciones como la que nos ocupa. Por ello Molino, desde 1955, había salido al mercado con una nueva serie de colecciones monográficas, la primera de ellas compuesta por títulos

Ciertamente, la segunda serie de la "Colección Molino" resulta interesante tanto para el coleccionista como para el aficionado por marcar el fin de una época y prefigurar algunos rasgos de la que sigue. Con élla culmina y concluye toda una tradición en la edición de obras dentro del campo de la literatura juvenil que se remonta, en España, al tercer cuarto del siglo XIX, cuando aparecieron los primeros cuadernos de Verne y Mayne Reid en la Imprenta de Gaspar. Con su cancelación, Molino, de quien no nos cansaremos de decir que su contribución a la cultura popular en España es impagable, sella probablemente el acta de defunción de un estilo de edición que perduró, con distintas variantes y -obvio es decirlo- una progresiva evolución, durante casi un siglo. Un estilo del que conservamos en la memoria nombres tan importantes como el del mencionado Gaspar y Roig, el de Sáenz de Jubera, Sopena, Calleja, Gustavo Gili o Maucci, a quienes desde las páginas de Acotaciones queremos rendir nuevamente un modesto pero sincero homenaje.
© Acotaciones, 2009