Abril de 1939, la guerra civil llegaba a su fin. Atrás quedaban cerca de tres años de conflicto desgarrador, sin lugar a dudas los más difíciles en la historia de la España del siglo pasado. En las calles, plazas y estaciones de las ciudades españolas la vida comenzaba, no obstante, a recobrar su pulso normal. Una normalidad relativa, pues buena parte de la estructura productiva de nuestro país había quedado destruída o bien había sido adaptada a las necesidades de la guerra, de manera que en aquellos años y todavía durante algún tiempo, en España faltaba casi de todo. Carencia de personal cualificado, pues a consecuencia de la guerra habían quedado diezmadas o incapacitadas un par de generaciones, falta de utillaje, escasez de materias primas (¡oh!, ¡el papel...!) debida en buena medida al bloqueo internacional que durará hasta 1955, producción energética reducida y de pobre calidad, recursos financieros limitados... todo estaba por hacer. En este contexto tendría que desenvolverse, como les ocurriría las otras, la industria editorial española. Una industria que había experimentado un considerable avance en la segunda mitad de los años veinte y la primera de los treinta, con el surgimiento de pujantes nuevas empresas, unido a la consolidación de otras que venían creciendo en el período anterior.
Del auge del mercado de la literatura popular en la década que precedió a la guerra habla por si sólo el legado inmenso que hemos recibido. Baste citar a editoriales como Juventud, Molino, Hymsa, Iberia, Sáenz de Jubera o Maucci, entre otras, que albergaron muchas de las series y colecciones que hoy forman parte indisoluble del acervo histórico de la cultura popular en nuestro país. Excepción hecha de algunos emprendedores, como Don Pablo Molino, que mantuvieron su estructura, sino intacta al menos saneada, merced a haber cruzado el Atlántico tras el estallido de la conflagración, ésta constituyó para los editores españoles un desgraciado hiato del que saldrían debilitados. Aquéllos que salieron, pues muchos tuvieron que cerrar sus puertas, desapareciendo o siendo absorbidos por otros. A pesar de la lógica desorganización en el seno de las editoriales, agravada por las carencias ya mencionadas en el plano industrial y empresarial, se produciría un hecho que iba a favorecer a corto plazo el resurgimiento del sector. Grandes individualidades del periodismo y de la cultura, unos más conocidos y otros menos, estaban disponibles, ya que necesitaban, con carácter inmediato, atender a su sostenimiento y el de sus familias. De este modo, muy pronto se formaron sólidos equipos de trabajo, con guionistas, traductores, ilustradores y editores que darían un nuevo impulso a la industria de la literatura popular. Entretanto, nada o muy poco. Muchas veces he oído a mi padre decir que en las librerías, en particular en las de provincias, no había manera de encontrar casi nada nuevo. Quien tenía unos cuadernillos de Dick Turpin tenía un tesoro, los cuatro volúmenes de "Entre los pieles rojas" de Karl May, con Old Shatterhand y Winnetou, se leían y releían sin cesar, aunque el objeto de todos los deseos reposaba en los anaqueles de la biblioteca del colegio, en forma de catorce gruesos volúmenes en tela roja estamapada en oro. Me refiero, claro está, a la inigualable edición de las Obras Completas de Julio Verne de Saénz de Jubera. Así pues, la mayor parte del escaso material era todo de preguerra, incluso buena parte de lo que quedaba en los almacenes correspondía a ediciones de los años veinte. De este modo, durante la guerra y a principios de los cuarenta todo lo que se podía conseguir, eso sí, a los nada contenidos precios corrientes y con no poca dificultad, eran los Salgari de Calleja, Araluce y Maucci, los Motta de esta última, los Verne de Sáenz de Jubera, de Bauzá o de Sopena, o los Karl May de Gustavo Gili.
Ciertamente, tan solo Molino que, como se ha dicho, había mantenido una cierta estructura durante los años del conflicto, estuvo en condiciones de salir a los quioscos en el año 1940. La extraordinaria maquinaria humana de la barcelonesa calle de Urgel se pone en marcha, no sin antes haber absorbido previamente a uno de sus competidores, la Editorial Leo, de Gustavo Gili, detentadora de los derechos sobre Karl May. El resto, tardará en afilar sus lapiceros algo más. Es el caso del otro emporio barcelonés que hoy nos ocupa, la casa editorial Maucci, cuyo relativamente amplio catálogo se había estancado antes de la guerra al no habérsele sabido dar salida en formato popular. Ahora, aprendidas las lecciones del pasado, Maucci se lanzaba con ímpetu a la conquista del mercado. Una parte de Salgari, sobre la que tenía derechos, y todo Motta, del que era único titular para España, iban a constituir la columna vertebral de una nueva colección popular. Su nombre: "Viajes y Aventuras". Casi al mismo tiempo, en clara concurrencia con la serie amarilla de la "Biblioteca Oro" de Molino, Maucci llega a un acuerdo con la italiana Mondadori para editar en España algunos de los títulos de su colección "I Libri Gialli" ("Los Libros Amarillos") que venía publicándose desde 1929 y concluiría en 1941. Ello daría lugar a la célebre colección "Amarilla" de Maucci que contará con 51 títulos de los subgéneros detectivesco y de misterio. Asimismo, Maucci se lanza al ruedo con otra colección en gran medida colusoria con la anterior. Se trata de la "Serie Detective", de justa fama por la calidad de sus títulos aunque no tanto por la de sus portadas, a la que sucederá, más tarde, la célebre "Novelas de la Palma", también centrada, en una de sus series, en el subgénero detectivesco.
Hoy nos ocupa la primera de ellas, "Viajes y Aventuras", una colección cuyo análisis presenta dificultades desde el primer momento, ya que, en línea con la tradición de Maucci, los ejemplares no van fechados, no se indica en lugar alguno su periodicidad (si la hubiere) y tampoco están numerados. Respecto a la fecha no podemos sino llegar a una aproximación a partir de indicios o referencias, ciertamente fragmentarias. Por un lado, en algunas de las contratapas de la colección "Amarilla", cuyo inicio es datado por distintas fuentes en 1941, se ofrece una lista, sin numerar, de una parte de los relatos, siempre completos, que componen la colección "Viajes y Aventuras". Por otro, en las portadas de algunos de ellos, concretamente las realizadas por Margenat, el ilustrador incluyó junto a su firma la fecha en que fue realizada: 1941. Tomando con absoluta prudencia el dato relativo a las ilustraciones de cubierta, ya que pudieron ser realizadas en una fecha y publicadas en otra, la combinación de ambos vectores sugeriría la posibilidad de que los primeros números fueran publicados circa 1942. Es tan sólo una hipótesis, que viene no obstante refrendada por la mención que Jorge Tarancón hace en su inestimable trabajo dentro de la obra colectiva La Novela Popular Española (2), página 358, a que la colección "Viajes y Aventuras" extendió su vida en el corto período comprendido entre 1942 y 1943.
A diferencia de lo acontecido con el objeto de la entrada dedicada a las obras en formato libro de Luigi Motta, donde pudimos al menos ordenar los títulos gracias a la numeración ofrecida en las contratapas por el editor, aquí no existen esos datos o no se presentan con la misma claridad. Ni siquiera sabemos cuantos se publicaron. De nuevo la autoridad de Jorge Tarancón nos conduce a aceptar que, al menos, vieron la luz 56 números, algo que el experto opta sabiamente por dejar abierto. Con toda probabilidad, ofrece una cifra igual al número de volúmenes de que dispone. Esta incertidumbre no deja de ser un reto apasionante para coleccionistas o aficionados, que algún día se tendrá que elucidar. Por el contrario, la cuestión de la ordenación, al menos en el tiempo, de los relatos que forman la colección se presenta mucho más complicada. Como quiera que fuere, quizá podamos apuntar una solución, aunque parcial y limitada, si aceptamos como buena la ordenación sugerida por la lista que figura en la contratapa de uno de los ejemplares de la colección "Amarilla", en la que figuran hasta 34, comenzando por "Los misterios de la India", de Salgari y finalizando por "Hazañas de Newton Forster", del Capitán Marryat. Más allá de esto, apenas podemos decir sino que existen por lo menos otros 22 relatos cuya situación en el tiempo no está por el momento en condiciones de ser fijada por el que esto suscribe.
Del auge del mercado de la literatura popular en la década que precedió a la guerra habla por si sólo el legado inmenso que hemos recibido. Baste citar a editoriales como Juventud, Molino, Hymsa, Iberia, Sáenz de Jubera o Maucci, entre otras, que albergaron muchas de las series y colecciones que hoy forman parte indisoluble del acervo histórico de la cultura popular en nuestro país. Excepción hecha de algunos emprendedores, como Don Pablo Molino, que mantuvieron su estructura, sino intacta al menos saneada, merced a haber cruzado el Atlántico tras el estallido de la conflagración, ésta constituyó para los editores españoles un desgraciado hiato del que saldrían debilitados. Aquéllos que salieron, pues muchos tuvieron que cerrar sus puertas, desapareciendo o siendo absorbidos por otros. A pesar de la lógica desorganización en el seno de las editoriales, agravada por las carencias ya mencionadas en el plano industrial y empresarial, se produciría un hecho que iba a favorecer a corto plazo el resurgimiento del sector. Grandes individualidades del periodismo y de la cultura, unos más conocidos y otros menos, estaban disponibles, ya que necesitaban, con carácter inmediato, atender a su sostenimiento y el de sus familias. De este modo, muy pronto se formaron sólidos equipos de trabajo, con guionistas, traductores, ilustradores y editores que darían un nuevo impulso a la industria de la literatura popular. Entretanto, nada o muy poco. Muchas veces he oído a mi padre decir que en las librerías, en particular en las de provincias, no había manera de encontrar casi nada nuevo. Quien tenía unos cuadernillos de Dick Turpin tenía un tesoro, los cuatro volúmenes de "Entre los pieles rojas" de Karl May, con Old Shatterhand y Winnetou, se leían y releían sin cesar, aunque el objeto de todos los deseos reposaba en los anaqueles de la biblioteca del colegio, en forma de catorce gruesos volúmenes en tela roja estamapada en oro. Me refiero, claro está, a la inigualable edición de las Obras Completas de Julio Verne de Saénz de Jubera. Así pues, la mayor parte del escaso material era todo de preguerra, incluso buena parte de lo que quedaba en los almacenes correspondía a ediciones de los años veinte. De este modo, durante la guerra y a principios de los cuarenta todo lo que se podía conseguir, eso sí, a los nada contenidos precios corrientes y con no poca dificultad, eran los Salgari de Calleja, Araluce y Maucci, los Motta de esta última, los Verne de Sáenz de Jubera, de Bauzá o de Sopena, o los Karl May de Gustavo Gili.
Ciertamente, tan solo Molino que, como se ha dicho, había mantenido una cierta estructura durante los años del conflicto, estuvo en condiciones de salir a los quioscos en el año 1940. La extraordinaria maquinaria humana de la barcelonesa calle de Urgel se pone en marcha, no sin antes haber absorbido previamente a uno de sus competidores, la Editorial Leo, de Gustavo Gili, detentadora de los derechos sobre Karl May. El resto, tardará en afilar sus lapiceros algo más. Es el caso del otro emporio barcelonés que hoy nos ocupa, la casa editorial Maucci, cuyo relativamente amplio catálogo se había estancado antes de la guerra al no habérsele sabido dar salida en formato popular. Ahora, aprendidas las lecciones del pasado, Maucci se lanzaba con ímpetu a la conquista del mercado. Una parte de Salgari, sobre la que tenía derechos, y todo Motta, del que era único titular para España, iban a constituir la columna vertebral de una nueva colección popular. Su nombre: "Viajes y Aventuras". Casi al mismo tiempo, en clara concurrencia con la serie amarilla de la "Biblioteca Oro" de Molino, Maucci llega a un acuerdo con la italiana Mondadori para editar en España algunos de los títulos de su colección "I Libri Gialli" ("Los Libros Amarillos") que venía publicándose desde 1929 y concluiría en 1941. Ello daría lugar a la célebre colección "Amarilla" de Maucci que contará con 51 títulos de los subgéneros detectivesco y de misterio. Asimismo, Maucci se lanza al ruedo con otra colección en gran medida colusoria con la anterior. Se trata de la "Serie Detective", de justa fama por la calidad de sus títulos aunque no tanto por la de sus portadas, a la que sucederá, más tarde, la célebre "Novelas de la Palma", también centrada, en una de sus series, en el subgénero detectivesco.
Hoy nos ocupa la primera de ellas, "Viajes y Aventuras", una colección cuyo análisis presenta dificultades desde el primer momento, ya que, en línea con la tradición de Maucci, los ejemplares no van fechados, no se indica en lugar alguno su periodicidad (si la hubiere) y tampoco están numerados. Respecto a la fecha no podemos sino llegar a una aproximación a partir de indicios o referencias, ciertamente fragmentarias. Por un lado, en algunas de las contratapas de la colección "Amarilla", cuyo inicio es datado por distintas fuentes en 1941, se ofrece una lista, sin numerar, de una parte de los relatos, siempre completos, que componen la colección "Viajes y Aventuras". Por otro, en las portadas de algunos de ellos, concretamente las realizadas por Margenat, el ilustrador incluyó junto a su firma la fecha en que fue realizada: 1941. Tomando con absoluta prudencia el dato relativo a las ilustraciones de cubierta, ya que pudieron ser realizadas en una fecha y publicadas en otra, la combinación de ambos vectores sugeriría la posibilidad de que los primeros números fueran publicados circa 1942. Es tan sólo una hipótesis, que viene no obstante refrendada por la mención que Jorge Tarancón hace en su inestimable trabajo dentro de la obra colectiva La Novela Popular Española (2), página 358, a que la colección "Viajes y Aventuras" extendió su vida en el corto período comprendido entre 1942 y 1943.
A diferencia de lo acontecido con el objeto de la entrada dedicada a las obras en formato libro de Luigi Motta, donde pudimos al menos ordenar los títulos gracias a la numeración ofrecida en las contratapas por el editor, aquí no existen esos datos o no se presentan con la misma claridad. Ni siquiera sabemos cuantos se publicaron. De nuevo la autoridad de Jorge Tarancón nos conduce a aceptar que, al menos, vieron la luz 56 números, algo que el experto opta sabiamente por dejar abierto. Con toda probabilidad, ofrece una cifra igual al número de volúmenes de que dispone. Esta incertidumbre no deja de ser un reto apasionante para coleccionistas o aficionados, que algún día se tendrá que elucidar. Por el contrario, la cuestión de la ordenación, al menos en el tiempo, de los relatos que forman la colección se presenta mucho más complicada. Como quiera que fuere, quizá podamos apuntar una solución, aunque parcial y limitada, si aceptamos como buena la ordenación sugerida por la lista que figura en la contratapa de uno de los ejemplares de la colección "Amarilla", en la que figuran hasta 34, comenzando por "Los misterios de la India", de Salgari y finalizando por "Hazañas de Newton Forster", del Capitán Marryat. Más allá de esto, apenas podemos decir sino que existen por lo menos otros 22 relatos cuya situación en el tiempo no está por el momento en condiciones de ser fijada por el que esto suscribe.
Pasando página en este tedioso, aunque para el devoto del papel de pulpa muy necesario, análisis, pasemos a abordar brevemente los contenidos de la colección. Como ya hemos señalado más arriba, ésta arranca y se desarrolla basándose en los fondos de preguerra de la editorial. Muy destacadamente Salgari y, en menor medida, Motta, conforman casi las dos terceras partes de la colección. El resto, de acuerdo con la hipótesis aventurada previamente, está centrado en la última fase de la colección y se nutre de autores bien conocidos, como Fenimore Cooper (primeras ediciones a inicios del XIX), Mayne Reid (recordemos que las primeras ediciones españolas del maestro irlandés-americano las realizó Gaspar y Roig en los años setenta de ese mismo siglo), Stevenson, Kingston, Assollant, Gerard, el Capitán Marryat y, como novedad, se introducen algunas novelas de ambiente western de autores más recientes como el candiense Luke Allan o los estadounidenses Gary Marshall y Charles H. Snow. Su presencia es, no obstante, casi testimonial y muy probablemente situada al final de la colección, lo que indica que quizá Maucci no tuvo el éxito de ventas esperado con la reedición en formato popular de los fondos antiguos y que la actualización, basada en un género como el western en el que la competencia era fuerte, no fue suficiente para mantenerla viva, toda vez que, además, los textos ofrecidos al lector salieron de la pluma de autores mas bien de segunda fila. El caso es que la colección llegó a su fin (eso sí, no sabemos con total exactitud cuándo) dejando un precioso legado que va ganando interés con el paso de los años, gracias también a la tarea de los ilustradores, entre los cuales el más prolífico, aunque no precisamente mi favorito, fue Jofrei, acompañado por un estrambótico, pero inspirado y personal, Iranzo, un correcto Vicente, un pulcro Magenat o un singular Sevillano.
Acotaciones, 2009
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