¡NUEVO! BIBLIOTECA ORO ROJA nº 27, COLECCIÓN MOLINO (I) nos. 19 y 23, MAUCCI VIAJES Y AVENTURAS nº 6

RICHARD S. PRATHER - UN BEAU CARTON

Richard S. Prather, Un beau carton, Coll. Série Noire nº 145,
Gallimard, Paris, 1952

En general, cuando una novela tiene un buen comienzo, todo debería hacer presagiar que el desarrollo de la narración irá en esa misma línea. Sin embargo, ¡cuántas veces hemos sido arrastrados por las vanas promesas de un relato bien planteado, cuya consecución y, sobre todo, cuya culminación, ha resultado por completo decepcionante! Dentro del género policial y, en particular, de la novela negra, podríamos mencionar varios ejemplos, pero en Acotaciones solemos gustar mas bien de quedarnos con aquellas narraciones enjundiosas que, muchas veces ocultas bajo la gruesa capa de polvo que el tiempo ha ido formando sobre éllas, solo esperan a que un lector sin prejuicios hacia lo añejo las saque de la incuria, poniéndolas ante la luz pública, con el secreto anhelo de ofrecerlas como presente a quienes sepan apreciarlas en lo que valen. Así, en medio de un par de tediosas excursiones por la mediocridad popular-novelesca, surgió como una perla de su maltrecha aunque nacarada concha, la extraordinaria novela Everybody had a gun (Gold Medal Books, Fawcett, New York, 1951), titulada en su versión francesa como Un beau carton y en su versión española como Todos tenían una pistola (Col. Selecciones de Biblioteca Oro, Molino, Barcelona, 1954), verdadera joya del entretenimiento económico debida a la soberbia pluma (debería decir "máquina de escribir") del recientemente fallecido escritor norteamericano Richard S. Prather.

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Bocquet fue el encargado de ilustrar la portada de la primera edición en castellano de la obra, con el título de Todos tenían una pistola, traducida por H.C. Granch para la venerable colección "Selecciones de Biblioteca Oro". Un ejemplar que vale la pena tomarse la molestia de buscar por esos sitios en los que solemos husmear todos.
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Tercera de las obras que dio a la estampa, Everybody had a Gun fue una de las que en mayor medida contribuyó a sentar las bases del éxito de Richard S. Prather, a quien se atribuye unas ventas en torno a los 40 millones de ejemplares sólo en los Estados Unidos, de los cuales 25 millones pertenecerían a las novelas consagradas al detective Shell Scott. Este antiguo marine que sirviera durante la IIª Guerra Mundial en el Pacífico Sur, se dedica ahora a batir la suela por las calles de Los Angeles al servicio de quien desee sacar provecho de sus habilidades. Su afán por no maltratar más de lo debido el código penal no le impide ir dejando tras de sí cada vez que actúa un considerable reguero de muertes. En la mejor tradición del relato de serie negra, Everybody had a Gun nos presenta unos hechos que se concatenan merced a una serie de casualidades. Casualidades que vienen a ser la guinda de los despropósitos a que conducen la violencia -más o menos gratuita-, el exceso de chicas atractivas pululando por los bajos fondos de la ciudad y el consumo inmoderado de alcohol, cualquiera que sea la calidad de éste. Todos ellos elementos -aún el menos perspicaz de nuestros seguidores lo habrá advertido ya- que constituyen la columna vertebral de toda buena narración del género. No faltan tampoco aquí las persecuciones en coche a toda velocidad, donde Shell Scott se consagra como as del volante, ya sea a bordo de su elegante Cadillac o a los mandos de un menos chic -pero acaso más ágil y potente- Plymouth. Tampoco merecen ser obviadas, por curiosas y extemporáneas, las prácticas de tiro con que determinadas señoras -alcohólicas impenitentes éllas- entretienen su ocios empuñando armas de grueso, pero que muy grueso calibre...

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Cubierta de una de las ediciones norteamericanas de Everybody had a Gun (Fawcett, Gold Medal Books). Es una lástima que la calidad en el arte de la portadas no haya acompañado a todas las ediciones -algunas, no obstante, excelentes- de las novelas del detective Shell Scott.
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No obstante, lo que distingue a Shell Scott de otros detectives del más oscuro de los géneros quizá sea su capacidad para entender la psique femenina con independencia de la edad o condición de la interfecta. El ex-marine no ha pasado, que se sepa, por escuela alguna de psicología -dígase lo que se diga, la guerra tiene poco de psicológica-. Sin embargo, sorprendentemente, es capaz de saber hasta qué extremos puede llegar -para mal, se entiende- la esposa frustrada de un gángster, o lo peligrosos que pueden llegar a ser los accesos de ira de su joven amiguita, con cuyos sentimientos se dedica a jugar en los ratos libres. Grande, verdaderamente grande, este private eye en la treintena que Richard S. Prather creara en 1950 para deleite de los apasionados del género. Primo, por su agudísima inteligencia: no he visto ningún detective de papel que -como Shell Scott- sea capaz de ingeniárselas para engañar a un mafioso mientras recibe la más soberana paliza que imaginarse pueda. Secundo, por su capacidad de resistencia: dos días en vela teniendo por única ingesta un bistec engullido a toda prisa y unos cuantos tragos de whisky nunca dieron para tanto. Tertio y último, por su indudable saber estar: siempre encuentra el chiste, el mamporro, o el disparo adecuados para cada ocasión. Todo ello gracias al fluido estilo y estudiado ritmo narrativo de Richard S. Prather. Un maestro del género que se resiste -y, créanme, hace muy bien- a coger polvo en los anaqueles de las más negras bibliotecas.

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Richard S. Prather nació en Santa Ana, California, en septiembre de 1921 y dejó este valle de lágrimas en su casa de Sedona, Arizona, en febrero de 2007. Su obra es inmensa, y se prolongó a lo largo de su longeva existencia en forma de magníficas novelas de tema criminal y de misterio. Su más célebre creación es el detective Shell Scott, afincado en Los Angeles, donde se desarrollan la mayor parte de sus aventuras. Ha vendido millones de ejemplares de sus relatos en todo el mundo, dejando su particular impronta en un género que le consagró como uno de los escritores populares más vendidos del siglo XX.

1 comentario:

andres porcel dijo...

De este autor recuerdo haber leído hace muchos años La Verdad Desnuda. No recuerdo si la edición era de Bruguera, en la serie negra de sus libros de bolsillo, o argentina, de Monte Avila. Solo recuerdo muy vagamente el papel que tenia un cmpamento nudista y una atmósfera idéntica a la que describe en la novela que comenta.
Excelente reseña. Un hueco más a cubrir entre las lecturas pendientes.