¡NUEVO! BIBLIOTECA ORO ROJA nº 27, COLECCIÓN MOLINO (I) nos. 19 y 23, MAUCCI VIAJES Y AVENTURAS nº 6

COLECCIÓN DE LIBROS SUBVENCIONADA PARA TIEMPOS DE CRISIS

A primera vista, el título de este aviso pudiera parecer de entrada un tanto chocante. Subvencionar una colección de libros... ¿porqué?, ¿para qué? -acaso se pregunte más de uno-. Los amantes de la lectura -se puede pensar- deberían pagarse este entretenimiento con dinero de su propio bolsillo. Lo cierto es que no siempre estamos pagando de nuestro bolsillo el entretenimiento. Véase, sino, el caso del cine. Muchas películas españolas reciben dinero público, ya sea a través de préstamos a bajo interés, dinero a fondo perdido o apoyos indirectos. La mayoría de las salas de conciertos estarían cerradas sin el apoyo de las administraciones -la prueba es que algunas ya lo están, precisamente por habérseles cortado la financiación-. Ciertos editores de libros y revistas, cuentan con apoyo institucional, con respaldo del Estado, quiero decir con dinero de la Dirección General del Libro o procedente de organismos autonómicos similares. El hecho, no obstante, de que algunas manifestaciones culturales, incluido un número reducido de libros, ya estén en alguna medida subsidiadas, no impide que la idea de subvencionar una colección específica, una serie de libros selectos tenga sentido. Trataremos de responder a las dos cuestiones: ¿porqué?, ¿para qué?

¿Porqué? La respuesta es sencilla. Existe algo que se denomina, en ocasiones sin saber exactamente a qué se está haciendo referencia, patrimonio cultural. No pretendo aportar una definición del concepto. Baste con decir que la noción de patrimonio cultural incluye aquéllas obras artísticas o manifestaciones culturales que merecen ser preservadas y deben ser conocidas por el común de los ciudadanos. En el caso del patrimonio literario, obviamente, la idea engloba al teatro, la poesía, la novela y el resto de manifestaciones literarias que conocemos. La preservación de estas obras está íntimamente ligada a su conocimiento. Una obra que no se conoce está condenada indefectiblemente al olvido.

¿Para qué? Nuevamente la contestación es fácil. Los ciudadanos deben tener acceso a la cultura. Es un derecho inalienable. Hay muchas cosas que pasan hoy por ser cultura sin haber sido contrastadas debidamente por las dos autoridades reconocidas que existen: la doctrina científica y el paso del tiempo. Pero de lo que no cabe duda alguna es de que hay un buen número de obras literarias que han superado con holgura el doble juicio de la academia y del tiempo. Éstas son las que deben formar parte de una colección que facilite el acceso del ciudadano a este derecho fundamental.

En la sociedad contemporánea -cuestión de prioridades o déficit educativo, quédense con lo que prefieran- el común de los ciudadanos nunca va a acceder a las grandes obras literarias si éstas no le son ofrecidas a un precio razonable -y cuando digo razonable quiero decir llanamente, barato, aunque cuando se está haciendo referencia a la cultura el concepto de barato o caro es, debo confesarlo, ciertamente relativo-. Al mismo tiempo, bien lo sabemos los aficionados, el libro, para ser atractivo, debe recuperar su dignidad. Vehículo indispensable, y hasta hace poco único, del saber humano a lo largo de los siglos que ha permitido que la humanidad, para bien o para mal, sea la que hoy es, el libro no es nada sin el respeto del lector. Un respeto que, con ser muy importante, no se gana solo merced a las cualidades estéticas de la edición -encuadernación y cosido digno, formato atractivo y tipografía adecuada, que hagan honor a la calidad de la obra-, sino también y sobre todo por el cuidado puesto por el editor en apartados fundamentales tales como -la lista no es exhaustiva- la fidelidad al original, la calidad de la traducción o la elección del aparato crítico, prólogo o comentarios, cuando los hubiere. Por ello -suele argumentarse, seguramente con mucha razón- una edición cuidada es una edición cara. De este modo, una colección de grandes obras que cumpla con un pliego de condiciones similar al anteriormente mencionado debe estar necesariamente subsidiada si se quiere que llegue al conjunto de los lectores.

En la reciente historia del libro español ha habido intentos de realizar una colección de libros subvencionada, análoga a la que propongo. Y recalco lo de análoga porque siempre ha faltado algo para alcanzar el objetivo de confeccionar una colección que cumpla con los siguientes requisitos: (a) contener selección de obras que merezcan a justo título el calificativo de patrimonio literario; (b) ofrecerlas a un precio asequible; (c) guardar una mínima estética y preservar la calidad material de la edición; (d) presentar una edición rigurosa y cuidada. La primera colección de gran tirada realizada en España fue editada por la CIAP en los años veinte bajo el título "Las cien mejores obras de la literatura española". La selección era extraordinaria, el precio popular y la calidad de la encuadernación y tipografía, en consonancia con su reducido precio. A principios
de los setenta la editorial Salvat lanzó una colección (RTV) compuesta por cien títulos -¿qué baby boomer español no ha visto o ha tenido alguna vez en las manos estos libritos?-. Coincidiran conmigo los que conozcan la colección en que las condiciones (c) y (d) no se cumplían en absoluto y la condición (a) tan solo en parte, ya que junto a grandes obras de la literatura hispánica aparecieron otras que no han pasado a la posteridad. Apariencia mas bien pobre, pésima encuadernación, tipografía poco cuidada, edición deficiente -a excepción de algunos de los prólogos que todavía merecen ser leídos-. Desempeñaron estos libros, dignos no obstante de reconocimiento, una importante función de divulgación en una España en la que la cultura comenzaba a extenderse a las masas. Reconocimiento que se torna aún mayor por el hecho de haber sido promocionada desde la televisión, medio de comunicación que, a diferencia de internet, ha sido y todavía es el gran enemigo moderno de la lectura. Más tarde, en los ochenta y noventa, los organismos públicos han colaborado con entidades privadas y casas editoriales en diferentes proyectos de este tipo, muchos de ellos asociados a la prensa escrita, que decide suplementar sus tiradas con la ofrenda de un libro en sus ediciones sabatinas o dominicales. Algunas administraciones, en el nivel regional y local, también han procedido a abordar, de manera discontínua y con diversa fortuna, proyectos semejantes. Sin embargo, todos estos intentos pecaron del mismo defecto que la colección RTV: (c) y (d) estaban lejos de cumplirse.

Todos ellos no fueron sino ensayos de ampliar el número efectivo de lectores -no la nómina oficial de quienes compran libros en la que se incluyen tanto personas como instituciones que luego los dejan arrumbados en cualquier rincón-. Ensayos dignos de respeto, pero tan solo ensayos, que no cuajaron lo suficiente en la sociedad española, ciertamente por adolecer de las taras que ya han sido mencionadas, pero acaso en mayor medida por carecer de una dimensión suficiente que hiciera de la colección el fruto de un impulso colectivo en el que gobierno, administraciones públicas, empresas y agentes sociales mostraran su compromiso con la cultura y, lo que es aún más importante, su convicción en el poder vivificador de la lectura, en el papel que el libro juega a la hora de tonificar el músculo de un país. El hecho de que los españoles pudieran percibir dicho compromiso y estuvieran en condiciones de palpar tal convicción en sus líderes bastaría para que se iniciara una saludable reflexión sobre la riqueza de su pasado, en su diversidad ideológica y cultural, y se extrajesen algunas conclusiones para su presente. Un presente en el que el ciudadano se ve tantas veces llevado al aturdimiento por el confuso murmullo que surge -¿porqué no hemos de decirlo?- de las profundidades de la ignorancia supina. Un presente en el que con demasiada frecuencia los mensajes que transmiten los medios de comunicación se ven trufados de simplificaciones que avergüenzan, donde una retahíla inacabable de lugares comunes se despacha todos los días sin pudor aquí y allá. Un presente, por lo que hace a la cultura, en el que los ciudadanos no están siendo parte activa, antes bien se ven reducidos a ser sujetos pasivos de un desorden cultural en el que lo zafio, lo ramplón, incluso lo vulgar, es consigna cotidiana.

Se me quedan en el teclado algunas razones más en apoyo de la idea de impulsar una colección de libros subvencionada. Entre otras, la de la conveniencia de añadir al flamante televisor o equipo estéreo que hoy preside cada casa el modesto lujo de una biblioteca decente. Ver, tocar, incluso oler, los libros es condición indispensable para comenzar a amarlos, con independencia del nivel cultural o la edad del lector, pues lo verdaderamente importante es tener disposición hacia la lectura. A este respecto, quisiera mencionar también el hecho de que subvencionar no significa regalar. El esfuerzo, por pequeño que sea, que ha de realizarse al adquirir un libro aumenta su valor y refuerza su dignidad. Por último, la coyuntura actual me impele a no dejar de señalar los efectos beneficiosos que tendría sobre la sociedad una empresa como la que propongo. Una empresa particularmente indicada, creo yo, para tiempos de crisis.

Primero, la educación, la cultura y su contribuición a la formación de un espíritu crítico están en la base del progreso de las sociedades. La lectura es uno de los pilares fundamentales, si no la viga maestra, de la educación y de la cultura. Por lo tanto, cualquier impulso que se le de a la lectura en nuestro país ha de redundar en su progreso. Segundo, la promoción del libro contribuiría a llenar de manera productiva los ocios de quienes se ven hoy, así como de quienes, por desgracia, se verán en lo venidero, sin empleo. Con permiso de Hesíodo, padre del primer relato del que se tiene noticia en Occidente, déjenme decir: "vacar en los trabajos no significa abandonar los días". ¿Quién dice que un libro no es capaz de cambiar una vida? Tercero, podría esperarse que una iniciativa de estas características propiciase un incremento del número de lectores y de horas dedicadas a la lectura en España. Ello podría tener como consecuencia la creación un mayor número de puestos de trabajo en los sectores de la edición, de la fotocomposición y de la fabricación de papel para impresión tanto más cuanto que, en su calidad de empresa cultural, la iniciativa podría "localizarse", al limitar los apoyos a las solas industrias radicadas en España. Cuarto y último, difundir la cultura y acercar ésta al ciudadano es un empresa noble y digna de un país civilizado, que todos, sin excepción, deberían apoyar. Señoras y señores de la política, ahí tienen un terreno fértil donde encontrarse y, ¿porqué no?, platicar acaloradamente. ¿Existe algo más propio y natural de personas civilizadas que discutir sobre los títulos que deben formar una nueva colección literaria?


© Acotaciones, 2009


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